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RUA DOS ANJOS PRETOS

EL CANDIL DE ESTA RUA

MADRID-BUENOS AIRES

MADRID-BUENOS AIRES

Madrid se ha convertido en una ciudad de paso, en una excusa para tomar el metro o un taxi hasta Barajas, dependiendo de las correspondencias que uno haga hasta llegar a la puerta que le transportará a unas merecidas vacaciones. Se podría decir que, al cabo del año, veo más a las dependientas que sirven en el Rodilla de la estación de autobuses de Méndez Álvaro que a personas de mi misma familia. Pocas veces hay tiempo para más, para recibir el trasiego de una ciudad imperecedera y que ha sabido regenerarse en los últimos 20 años. A pesar de los políticos y sus obras, empeñados en convertirla en una ciudad del futuro para asegurarse al máximo el suyo, su futuro digo.

La semana pasada tuve tiempo para recrearme y respirarla, aunque estoy seguro de que el señor Torreiglesias, desde su famosa amabilidad, me reprendería por decir que respiro Madrid. Supe de los amigos y de sus proyectos futuros: algunos vienen en forma de disco y en forma de gira; otros vienen felices de la mano de la fusión de la gaita gallega con la samba brasileña; otros en forma de niña con chupete.

Pero, incluso en la felicidad del reencuentro, no he podido dejar Madrid sin que me asaltara esa duda y esa extraña sensación que me aparece en esa ciudad si la piso más de seis horas. Y es la de que Madrid está siendo asaltada calculadora y metódicamente por argentinos dispuestos a arrebatarnos el Retiro, Cibeles o el Reina Sofía en nuestras propias narices. Lo que no han conseguido los políticos con sus excavadoras, sus soterramientos y sus ruidos, hacer que odie la ciudad, lo van a conseguir los argentinos.

Y no me estoy refiriendo a los restaurantes, a los que sistemáticamente acudo, puesto que parece que en Madrid no hay carne que no sea argentina, a precios de galácticos. No. Me refiero a los argentinos, tan enamorados de Madrid que han venido a refugiarse aquí, como si en su postadolescencia quisieran regresar al útero o a la vaina de la semilla. No tengo nada en contra de ellos, pero me satura su zalamero acento cantarín, que se te va metiendo en las entrañas hasta llegar a lo más alto del bife, hasta que terminas imitándolos y queriendo ser Gardel.

Hay argentinos en las cajas de la FNAC, tocando su bandoneón en la línea 4 del Metro que lleva a Príncipe de Vergara o a Goya, comprando oro en la calle Carretas, buscando clientes en la calle Montera, haciéndose fotos con Spiderman en la Plaza Mayor, invitándote a copas en la zona de Huertas, preguntándote por el reloj de la Plaza del Sol en la plaza del Sol…

Su acento se te ve incrustando a cada minuto y terminás mirando una estatua de Quevedo y recitando a Borges, volvés atrás la mirada para apreciar un detalle del Bosco o de Fra Angelico y escuchás a Cortázar, llevás cuidado con un pelotudo paso de cebra recién pintado y pensás en Diego Armando…

Todo se te vuelve tango en Madrid si pasas más de 24 horas en la que antaño fuera castiza ciudad. Dicen que incluso en la Mallorquina han retirado sus famosas torrijas para vender panqueques de dulce de leche, por los que tanto sufriera Mafalda.

Fíjense ustedes hasta dónde puede llegar el desajuste emocional de tan acentuada experiencia que, un poco exhausto de tan iterativa serenata, me refugié en el Nuevo Teatro Alcalá el sábado por la tarde para meterme directamente en vena un chute de pasión francesa y escuchar durante dos horas un musical dedicado a Edith Piaf, la voz más francesa que ustedes se puedan imaginar.

Sé que fue producto de mi imaginación, que fue una alucinación, pero escuché en un armonioso lunfardo darme la bienvenida al espectáculo al chico que recogía las entradas, vi en el programa artístico que el señor que tocaba el acordeón se apellidaba Abramovici y era bonaerense y el que nos recordó que apagáramos los móviles porque en breve daría comienzo la función se expresaba como Fito Páez. Tú con tus películas, Ángel me dije y no di más importancia…Pero cuando escuché a la Piaf, al eterno gorrión enlutado decir en un nítido y arrabalero lunfardo ¡andá a cagar! no pude contener el llanto y salí corriendo a llamar al Samur para que me llevara lo más urgente posible al hospital mental más cercano.

 

Canción del día: Edith Piaf, La Foule

 

p.d. Leído en “Dias de Radio” el 20 de Abril.

 

LEER EN TIEMPOS REVUELTOS

LEER EN TIEMPOS REVUELTOS

 

¡Púchica diegos, la que se nos viene encima! Eso es lo que diría Manongo Sterne, uno de los personajes más entrañables que haya creado jamás el creador de entrañables personajes llamado Alfredo Bryce Echenique.

Así comenzaba su recomendable obra No me esperen en Abril y podría ser una inmejorable forma de comenzar más de una novela y más en los tiempos que nos ha tocado vivir.

Tan extraños estos tiempos, insisto, que se está dando un dato curioso y muy peligroso, casi imperceptible pero que romperá cadenas y nos dará más de un susto. El dato ha pasado prácticamente desapercibido, sólo lo he visto recogido en el diario que dirige Francisco Marhuenda y es escalofriante. Y es que a la interminable lista del paro, que se va agrandando cada mes más, se está sumando un aumento cuantitativo del número de lectores en nuestro país.

A priori, no parece alarmante la cosa. En términos globales, la subida ha sido prácticamente de medio punto, hasta lograr un escaso 55% (muy por debajo, por ejemplo, del 56,9 del año 2007. Pero hay que saber quitarle el telillo de la nata a la noticia, como hacemos con los tazones de leche, que nos dejarán ver después el intenso color del cacao. Hay que ahondar en los datos y ver que la media de las horas semanales que un español dedica a la lectura ha subido a 6, cifra que se alcanza por vez primera.

Esto ya es preocupante, pero es que, además, algo más del 40% de los parados que hoy cobijamos dedica tiempo a la lectura y lo explican por la incidencia de la crisis y el menoscabo y perjuicio que ésta ha provocado entre los profesionales de mayor nivel educativo.

Y esto sí que acojona, señores. Este dato ha sido el que ha puesto en alerta a sindicatos, gobierno y patronal, activando la urgencia por lograr un pacto social que dejara insatisfechos a todos, pero claramente necesario. Según el estudio anual, los jóvenes españoles, que ha de ser una de las franjas de edad con más paro actualmente, se están equiparando a la media europea, rozando el 80%.

¡Púchica diegos, hay que darse prisa! Esto no puede estar ocurriendo. Imagínense una sociedad letrado, docta y en paro. Gentes en los parques dándole de comer a las palomas y recitando los versos de Ángel González o Luis Alberto de Cuenca, decenas de personas en las colas del INEM leyendo en su idioma original a Petrarca, Proust o Milton, muchedumbre reunida alrededor de una lectura de Félix Grande o Antonio Gamoneda, para emocionarse con el Blanco Spirituals del emeritense o el Libro del Frío del ovetense; una multitud congregada en torno a una pieza del ingobernable  Darío Fo, todo un auditorio de parados escuchando las milongas del comunista Saramago o las batallitas del reportero de guerra Pérez Reverte y haciéndose las inevitables preguntas que siempre las certeras palabras del portugués o del cartagenero suscitan.

Ya me veo a las fuerzas del orden echando agua a esa masa enloquecida con pancartas, abogando por más bibliotecas públicas y menos Plan E, cuyo único lema sería los tres primeros versos de la famosa y siempre necesaria Canción a las Ruinas de Itálica de Rodrigo Caro, ésos que dicen:

 
Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
Campos de soledad, mustio collado,
Fueron un tiempo Itálica famosa.
 
¿Qué sería de nosotros si los parados de este país en vez de llorar sus penas con la chica de la última página del As o 
con las ayudas arbitrales sucumbieran ante los encantos de la palabrería mágica de Paul Auster o Javier Marías o a las
aventuras que hacen pensar en utopías de Jonathan Swift o los universos homéricos?
Una sociedad en paro e interesada por la información y el conocimiento no es algo bueno. 
Es el preámbulo del caos, el desorden y la revolución.
Quien ha leído libros lo sabe.
 
 
p.d. Leído el 18 de febrero de 2010 en el programa Días de Radio.

 

CRÓNICA DE UNAS VACACIONES SANTAS AL USO

CRÓNICA DE UNAS VACACIONES SANTAS AL USO

Recordarás la tara máxima de tu coche demasiado tarde, cuando tengas que poner la última bolsa de cedés de Pocoyo debajo del acelerador. Suerte que llevas el control de velocidad y vas a activarlo desde el kilómetro cero, si te dejan.

Recordarás que hay que desviarse hasta el centro, la calle Ferrocarril nada menos, para recoger a tu suegra, que este año os ha tocado en suertes y que se niega a hacer los 463 kilómetros hasta Benidorm, ni sabe nadar ni le ha gustado nunca la playa. Tendrás que rodear por Petrer, dejarla en casa de su hermana y tener en cuenta que habrás de visitarla, al menos, tres veces para no aguantar los lagrimeos de tu esposa y frases del tipo claro, si fuera tu familia entonces sí.

Recordarás que la noche anterior apenas podrás dormir, te la comerás pasando revista con tu mujer a los cientos de trastos inútiles que habrás de llevarte, como por ejemplo los cojines que quitamos del sofá el otoño pasado, que digo yo, que dice tu mujer, que como ya no los queremos para nada, ya que vamos a pasar por Petrer, se los dejamos a mi tía, ella siempre es muy agradecida, a ver para qué querrá esa casi centenaria señora unos cojines estampados con la foto de la niña al estilo andywarhol. Luego tu mujer te dirá que qué cosas tienes, que cómo va a conducir ella, que tú no puedes ponerte detrás con los críos y tu suegra porque siempre termináis enfadados.

Recordarás que le darás la razón, aún cuando sabes perfectamente que tu suegra y tú no habéis discutido jamás en un habitáculo de cuatro ruedas. Y terminarás convencido de que la peor opción de todas es dejarla conducir a ella, y su manía de no pagar peaje ni siquiera una vez al año, que eso es malo para la economía familiar. Pero a ver quién le explica que consumir dos horas más de carburante por una nacional a la larga es menos rentable que el peaje, porque te sale con aquello de pues mi padre cuando íbamos a la playa no ha cogido una autopista en su vida y nunca se ha gastado más de tres mil pesetas de gasolina al mes, ¿verdad mamá?

Recordarás que ya has quedado el miércoles con los Ramírez, esos vecinos tan insoportables que vienen de Mérida a darte la murga gratuitamente al piso de arriba y que, qué duda cabe, os obsequiarán con su famosa ensalada césar y sus reconocidas croquetas de pechuga de pavo y cebolla caramelizada. Es que, por lo visto, Arguiñano un día sacó su carta e hizo la receta en un programa y para qué quieres más. Para mi gusto están sosas, pero, por lo visto, los fumadores no sabemos apreciar esas cosas. Y demos gracias porque alguna revista no haya publicado alguna otra de sus recetas. Pasaremos la cena compitiendo en cuanto a resultados curriculares y extraescolares de los niños y hablando de cómo ella deconstruye toda la cocina, al más puro estilo Subijana. Es de las que dicen: pues yo le pongo y sentencian al más puro estilo Cicerón en sus Catilinarias.

El jueves, recuérdalo antes de que sea más tarde, llevarás a tu suegra y a la tía Jacinta a ver la procesión a Almoradí. Lo más divertido de todo es ver dónde leches dejas el coche después de regresar, pues en el intervalo de tan familiar excursión, tropecientos mil coches habrán llegado para pasar el fin de semana en la playa y te vas a pasar más de media hora dando vueltas por los alrededores del edificio para terminar dejándolo en doble fila, detrás del de los Ramírez y poniéndote el despertador a las siete para bajar y cambiarlo de sitio.

Recordarás también que habrá que llevar el sábado a los niños a Terra Mítica. Tú dijiste que mejor el martes, que habría menos gente, pero ellos quieren estar con los primos, que se lo pasan mejor. Recordarás entonces que para el viernes se te han acoplado los primos, que tus cuñados se marchan de fin de semana a Florencia y te dejan el paquete a ti. Y no digas nada al respecto porque ya han hecho suficiente esfuerzo trayéndotelos hasta Alicante, que a ellos les sale mucho más barato el vuelo partiendo desde Madrid. Recordarás que tendrás que ir al aeropuerto a por ellos.

Con ese panorama consigues conciliar el sueño el Viernes de Soledad, poniéndole possits de los más variopintos a tu memoria. Recuerdas que un día viste una exposición fotográfica en que la modelo llenaba todo de possits para aprender el idioma del país donde había emigrado. Sueñas toda la noche que estás en tu oficina, con montañas de expedientes de gente extraña mal apilados por los suelos. Lleva Silvia, tu compañera de despacho, esa falda y esa blusa que tanto te gustan. Sabes que en algún momento te vas a topar con el expediente de los Ramírez y en tus manos estará ponerles una multa de 400 euros, que conlleva una pérdida de 5 puntos en el carné.

Cuando suene el despertador y salgas de la inconsciencia,  recordarás que te pasaste todo el sueño sonriente y feliz.

 

Canción del día: Sweet Dreams (are made of this), Eurythmics

 

p.d. Leído en "Días de Radio" el 30 de Marzo de 2010.

 

OPERACIÓN ESCARLATA

OPERACIÓN ESCARLATA

Como estaba deprimido porque no tenía nada de lo que hablar hoy, he hecho lo que toda persona sensata haría para nutrirse de noticias con las que celebrar la estupidez cotidiana. Ustedes dirán: ¡Ha puesto la COPE unos minutos!

¡Huy! ¡Casi! Me he ido hasta la web de El Mundo. Los chicos de Pedro J. nunca fallan, siempre atienden mis demandas, tan atentos.

Resulta que en Madrid han descubierto una red de matrimonios de conveniencia. Aunque más bien debería de llamarse red de matrimonios de connivencia, pues muy diferente es una palabra de la otra. En un matrimonio bienvenido nunca faltará una dosis de conveniencia, es decir, de beneficio o utilidad; de conformidad, de acuerdo o convenio entre dos personas. Algunos de los asistentes al evento llamará a dicho acuerdo amor, incluso alguno habrá que, movido por la amistad o el cariño, prorrumpa desde un púlpito hablará maravillas de ese acuerdo de valor imperecedero, cuya fecha de caducidad comienza en ese mismo momento. Otros invitados, y desde aquí deseamos para los novios que sean los menos, probablemente no lo llamen amor, ni tan siquiera sexo, y sí piensen más en el convenio práctico de las dos personas que se han disfrazado para tal ocasión.

En este caso, lo que ha habido ha sido connivencia, es decir, una confabulación de varias personas para cometer un delito o una acción ilícita. 34 personas han sido detenidas en esta Operación, de nombre rimbombante como suelen serlo todas, Operación Escarlata, color que a las bodas sólo lo llevan aquéllas que quieren eclipsar a la novia. Con ella, se llegaron a concertar más de cien enlaces de colombianos y españoles para legalizar la situación de residencia en España.

Chollo asegurado, señores. Nada sospechoso. Por lo visto, eran personas afines al narcotráfico cuya estancia era irregular, por no decir truculenta. Pagaban alrededor de unos 12000 para obtener sus papeles. Los afortunados españoles que accedían ganaban una quiniela de 3000, mientras que los testigos se debían conformar con una de 12, algo así como 200 euros.

Lo hicieron en once iglesias, de las cuales ha quedado demostrado, misteriosamente, que sólo el sacerdote de origen colombiano que ha sido detenido estaba al tanto de lo que sucedía, y actuaba de connivencia, por tanto con sus compatriotas. Por si fuera poco, para ponerle más roquefort al asunto, tanto el sacerdote, como la abogada falsa y la funcionaria que pasaba la trampa por el registro, han sido detenidos en la localidad de Valdemoro.

La pregunta que cabe formularse de todo esto es cuál era la verdadera intención del sacerdote colombiano cuando se vino a evangelizar a nuestro país. De qué manera hemos de engrosar y englobar su delito. No el terrenal, bien distinto, sino el divino. Un fraude a las creencias de muchos, a la fe de tantos, que cada domingo acudieron a escuchar su mensaje y a tomar de sus manos el cuerpo de su dios hecho símbolo. ¿Fueron sus pretensiones desde su primera venida las del lucro? ¿Se vio envuelto después en la espiral peligrosa de sus compatriotas? ¿Pecó de avaricia haciendo el lucro, explotando su puesto para beneficio propio?

Desde hace unos años somos conscientes de que los ministros de los dioses en la tierra horadan demasiado las raíces por las que pisan, se fijan demasiado en el suelo y han olvidado alzar la vista si no es dentro de su ministerio, buscando las respuestas de su debilidad en el altar. Los creyentes, que para algo son crédulos, perdonan sus fallos, que no pecados, bien cuando delinquen apañando matrimonios, como es el caso, bien cuando tocan deliberadamente a menores con ánimo lujurioso.

Son humanos, dicen y continúan en su creencia de que no todos son iguales.

También los maltratadotes o los multimillonarios, por poner dos grupos bien dispares, son humanos y nos dan mucho asco: no perdonamos a unos el pecado de la ira y la envidia; a los otros, jamás le perdonaremos el de la avaricia y la soberbia.

 

Canción del día: It’s a Sin, Pet Shop Boys

p.d. Leído en “Días de Radio” el 28 de Octubre de 2009.

 

DE CORAZONES Y LORZAS (SWEET FATTY HEART)

DE CORAZONES Y LORZAS (SWEET FATTY HEART)

 

Hay un tipo de publicación detestable y que jamás he comprado: es ésta de los cotilleos malsanos en el que todos los famosos son desagradables, horteras y ordinarios, y en la que se busca resaltar su pordiosera humanidad por el simple hecho de que todos los hemos envidiado en algún instante de nuestras vidas. Quien esté libre de pecado en este aspecto, que tire la primera piedra: es probable que le caiga en el pie izquierdo. Sin embargo, es cierto que con alguna frecuencia me siento a curiosear las fotos en los descansos de mi trabajo,  donde  nos abastece la prima peluquera de alguno de mis compañeros. Y no puedo resistirme a fijarme en un par de secciones: la de las recetas de cocina y la de los consultorios.

Los improvisados psicólogos amigos que aparecen en este tipo de secciones serían capaces de hacerle sentar la cabeza al mismísimo Anthony John Soprano. Es algo digno de admiración el que una publicación pague por ese tipo de textos inventados, pero visto el éxito que obtienen, parece incluso ridículo que yo ponga en duda su credibilidad, en un país de crédulos. Si no, vean la popularidad de los programas de la noche, que comenzaron siendo un embaucamiento de las cadenas locales para sacarse un dinero extra y ahora han pasado a todas las nacionales que se autoproclaman abanderados de un nuevo periodismo y un entretenimiento nunca visto.

En esta partida de póquer sin fin de la credulidad más zafia, los expertos psicólogos tienen que tragarse sus masteres y sus impresionantes currículos para terminar aconsejándole a una chica que su relación se irá al carajo si deja que su marido se vaya a trabajar a un país extranjero; o para evangelizar sobre lo que es el verdadero y único amor, el de una madre, asegurando que el amor que un hijo siente por la mujer que lo trajo a la vida es algo irracional, con lo que la novia afectada tiene que lidiar.

Siempre encuentra uno peculiaridades en esto si no teme a perder el tiempo leyendo. Uno no sabe cuándo aparece la musa y es verdad que en determinados momentos hay que zambullirse en el lago de un glaciar para subirse a sus caderas, como el protagonista de El último superviviente. Así, de las mejores que he encontrado en los últimos meses es ésta, en la que un amargado esposo de la comunidad valenciana busca cómo decirle sutilmente a su amantísima esposa que está tendiendo a un sobrepeso que despierta de todo en él menos erotismo. Los consejos son un catálogo de cómo destrozar un matrimonio en cuestión de segundos. Bueno, no nos pongamos tan drásticos, pero una buena cuarentena sin practicar el edredoning queda asegurada. A saber:

·        regalarle un biquini con dos tallas menos del que usa habitualmente, con lo que quedará como un idiota que no se fija en los detalles;

·        cuando ella plantee la posibilidad de una cena romántica fuera, proponerle una ensaladita en casa para ahorrar, con lo que quedará patente que no te apetece ni una gota de sexo para después;

·        dejar por el cuarto de baño fotos de supermodelos ligeritas de ropa, con lo que pensará que le estás poniendo los cuernos en tu soledad y quedarás como un cerdo;

·        repasar los viejos álbumes en los que su cintura era más apetecible; con lo que pensará que has dejado de quererla y que te ves con otra.

No contento con esto, sepulta la variopinta respuesta con algo definitivo: disimular que estás jugueteando con su vientre y caderas para espetarle a bocajarro: ¿De quién son esas lorzas, de papi? Y aquí sí que estás jodido: la última palabra que le dirás a tu pareja antes de verla salir por la puerta será “lorza”, por mucho que todas aplaudan la valentía de Lizzie Miller, la modelo de tallas grandes, paseando su rotunda desnudez por revistas de glamour. Vamos a ver, chavales: yo no soy psicólogo, pero os aconsejo que lorza, no. Lorza de entrada no. La lorza está prohibida en casa. La femenina, obviamente. Las lorzas las tienen las demás, las amigas, las vecinas, las del cine, las de la tele. Recuerda que tu modelo preferida es la que más lorzas tiene, casualmente. Por eso os aconsejo: si aún así estáis dispuestos a decírselo, no seáis tan tontos como para tirar las revistas que comprasteis para asustarlas. Que sirvan  para algo, al menos.

 

Canción del día: Flaca, de Andrés Calamaro

 

p.d. Leído el 22 de Septiembre de 2009.

 

 

EL ESPAÑOL Y EL SILENCIO

EL ESPAÑOL Y EL SILENCIO

Pocas cosas hay que molesten más a un español que el silencio. Supera con creces a:

a) que le toque la lotería a nuestro vecino;

b) que le pidas amablemente que apague su cigarrillo en un lugar donde no está permitido fumar;

c) que llegue un domingo y no haya fútbol.

Es más, me atrevería a decir que muchos, ante la disyuntiva de elegir un silencio prolongado o un silenciador, se decantarían por esto último.

No tenemos sentimiento de pertenencia en cuanto al silencio, no es nuestro, es impuesto. Es algo que lleva a confundirse con la soledad, y la soledad es algo que se enterró con Don Luis de Góngora. En cuanto el ente humano perteneciente al subgrupo caucásico - español se reúne en más de dos unidades se dispara un chip en sus sentidos que le lleva a decretarle consejo de guerra al silencio. Da lo mismo donde se encuentre dicho corpúsculo: en un teatro, en una iglesia, en un museo, en una sala de espera de un hospital, en una visita guiada a un palacio real, en la cola del paro… Da igual: eso no es motivo para crear un ambiente de tensión que sólo sabemos solucionar con comentarios de lo más inapropiados. El español tiene que sonarse estruendosamente en mitad del aria de Violetta Valéry, tiene la necesidad perentoria de comentar que, te pongas donde te pongas, la Gioconda te mira directamente a los ojos; y le sale una vocecita interior que le obliga desde los más profundos miasmas del córtex a tocar cualquier mobiliario que el guía haya resaltado de una habitación. Por ejemplo, si el guía dice que la talla del lavamanos del dormitorio real es de alabastro, el español tocará dicho lavamanos para cerciorarse de lo dicho por el guía y comentará: es cierto, es alabastro, como si de un perito del alabastro se tratara.

Algunos pensarán que esto es una falta de respeto hacia los demás, pero el español sabe que el que eso piensa está en un error del que difícilmente vamos a poder sacarle con una explicación. Se necesitarían horas para que alguien comprendiera por qué un español no ve una falta de respeto el hecho de comentar con el de al lado lo mucho que llovió la semana pasada mientras esperan a que la enfermera salga a decir los nombres (como incomprensible sería explicar por qué a un español no le parece que está haciendo el ridículo cuando dice: ¡este jamón está de vicio! en el intervalo de un par de caladas).

El silencio es atávico, es telúrico, es Comala. El silencio es un soliloquio, es Segismundo en su celda, el papel que envuelve a la hamburguesa. Es el roce de las yemas con el libro al pasar la página, es la antesala que conduce a los pensamientos, al monólogo, a discutir con Hyde. Resulta, por tanto, preferible abordarle antes de que él nos ataque. Reconocerlo es debilitarnos, infravalorarnos. Reside en nosotros cual quiste, y los deseos por extirpárnoslo es algo por lo que no reparamos en gastos. Y nos duele sentirlo en cualquier situación por ficticia que sea. Por eso no nos gusta el cine europeo ni el asiático, acudimos en masa al de Hollywood donde un silencio es algo que cuesta demasiado dinero para sacarlo a escena. Por eso entre una entrada gratis al zoológico o al Reina Sofía aceptaríamos sin dudarlo la primera (aunque muchos de nosotros nunca la utilizáramos).

La última vez que me he topado con él, felizmente, fue en Vila Viçosa, un pueblecito acogedor del hermoso Alentejo portugués, en la cafetería de la pousada Dom Joao IV. Lo acogimos con los brazos abiertos, después del omnipresente y descontrolado barullo que siempre hay en la ciudad que resido. Fuimos dichosos escuchando los sonidos del té cayendo en la taza o de la cucharilla dando vueltas al café, de las burbujas del agua con gas expandiéndose sin nada que nos perturbara de esos sonidos peculiares, y tan extraños a unos pocos kilómetros. Afortunadamente para la estabilidad de mi cerebro, que ya estaba pidiendo los papeles de residencia, aparecieron un par de matrimonios pacenses con sus hijos y todo regresó a la normalidad, desterrando al inquisidor silencio a las oscuras costas de la laguna Estigia.

 

Canción del día: La Traviata, de Verdi (Escena V, Acto I)

p.d. Leído el 14 de septiembre de 2009

 

MEMORIAS DE UN ALCALDE

MEMORIAS DE UN ALCALDE

 

Llevo casi nueve años lejos de casa por razones laborales. Hasta hace unos meses pocos eran los que visitaban mi hogar. Acaso la familia, que siempre hace el esfuerzo, aunque con cuentagotas. Evidente, también tienen sus motivos.

En marzo de 2003 comencé una nueva singladura, totalmente paralela a mis quehaceres de profesor de francés: la política. Nada reseñable hasta la fecha. Hace unos meses, apenas doce, logré convertirme en alcalde de Villanueva de la Espadaña, un pueblecito de menos de 11.000 habitantes que pocos sabrían ubicar en un mapa provincial, me atrevería a decir que ni tan siquiera los mismos provincianos serían capaces. Por no tener no tiene ni referencia en la Wikipedia o en Google Maps, aunque una de mis promesas ha sido sacar nuestra pequeña villa a la red. No soy de aquí, relativamente resido desde hace poco tiempo, no soy un tipo de esos que se dice entrañable y mi profesión es tan inocua como improductiva, pues el francés en las escuelas ha quedado desterrado a la chanza y la burla.

Desde entonces, es raro el fin de semana que no tenga gente en casa ofreciéndome cosas de lo más inverosímiles. Amigos que se me van uniendo a Facebook o que me sugieren amigos con los que coincidí en la escuela de Valladolid o en el Instituto de Alicante. Se ponen a hablarme como si no estuviéramos sin saber del otro más de veinte o veinticinco años, según los casos. Se permiten pedirte tu número de teléfono a través de una red social y te recomiendan sus canciones favoritas. Te dicen: a ver si un día hacemos el ánimo y vamos a ver tu pueblo y comemos juntos; y a las tres semanas se presentan en la alcaldía repartiendo algarabía. Tengo, en algunos casos, que mirarles a los ojos para reconocerlos, pues ahora son calvos o vienen preñadas.

Y todos me piden favores, como guiñándome un ojo, o dándome un codazo cariñoso mientras encienden un cigarrillo. Hablan de especulaciones, de recalificaciones, de engalanar Villanueva de la Espadaña y de dinero, sobre todo de dinero. Los que trapichean con él, los que lo llevan como moneda de cambio, nunca mejor dicho, para lucrarse a costa de unos memos que con sólo escuchar la palabra comisión o el término porcentaje se les abren los ojos como peras.

Mi teniente de alcalde es el que lleva el cotarro. Le gusta estar en la sombra, ser cauteloso y discreto. No asomar demasiado la cabeza y llevar siempre las manos en los bolsillos, para que no veamos si cruza los dedos o hace una peineta. Revisa mi agenda y me prepara oportunamente las entrevistas que darán con ventajosos beneficios para la comunidad. En Villanueva de la Espadaña hay 83,4 bodas anuales y se construyen 700 viviendas para jóvenes para ellos.

No es agradable estar en medio de todo esto. De alguna manera, comienzo a verlo así, también el pueblo se está beneficiando de tanto tejemaneje. La gente lo ve y te lo transmite, es agradecida, te da su apoyo incondicional y su voto si le arreglas la plaza y pones dos columpios para los críos, si cambias las baldosas para que reluzcan un poco más las calles. La señora Remedios me lo decía el lunes mismo: desde que me han hecho ustedes la rampita, ya no me da miedo salir a la calle. ¡Me ha cambiado la vida! Eso es reconfortante. Qué más da que nos hayamos embolsado unos miles de euros con el contrato y el apaño. Gente como doña Remedios nos recuerda que somos imprescindibles a cada minuto.

El teniente de alcalde me habla de todo esto a menudo, me trae a los campesinos para que me lo digan a la cara, lo que es incómodo, pero satisfactorio al mismo tiempo. Su mujer, según me ha confesado, siempre lleva en el monedero una foto de Jaume Matas. Es su ídolo, cuenta. Y desde que tenemos conexión wifi en el pueblo anda como loca buscando por la red unos escobilleros Inda para el baño. Mi teniente de alcalde me aconseja que le diga a Irene, mi esposa, que haga lo mismo, que se decante por los escobilleros de pared Lulú, para no levantar sospechas. Le digo que no tiene de qué preocuparse y regamos nuestras risas con un buen Vega Sicilia. ¡De dónde coño lo habrá sacado!

 

 

Canción del día: Vergüenza es robar y que lo vean, de Juana Molina

 

p.d. leído en Radio Candil el pasado 11 de noviembre.

 

 

PARA CANTAR LAS BIENAVENTURANZAS

PARA CANTAR LAS BIENAVENTURANZAS

Bienaventurados los que escuchan a los sinfónicos melenudos de Pink Floyd porque de ellos ES el reino de los cielos.

Bienaventurados los que practican en el karaoke el aguante de la amistad de los que les acompañan berreando los simples acordes de Yellow Submarine porque ellos poseerán la tierra.

Bienaventurados los que han aprendido a soportar al blandengue de David Crosby echando sus lagrimitas ante el micrófono porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que aprendieron a cerrar el puño en señal de rebeldía con el Diamonds on the Soles of her shoes de Paul Simon porque su hambre de sed y de justicia será saciada.

Bienaventurados los que untaron sus pantalones por el miedo el día del estreno mundial del famoso video Thriller de Michael Jackson empapadito de zombis saliendo de sus tumbas, porque ellos alcanzarán misericordia.

Y así podríamos seguir un buen rato, pero no es el momento de las letanías.

Verán, el caso es que el famoso diario oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, en su afán de divulgación y de vender más ejemplares aplicando la ley del morbo, como hace todo quisque en esto de los diarios, a ver quién es el guapo que se resiste hoy en día a vender algo de morbillo para sacarse unos extras, se ha envalentonado publicando una lista con los diez álbumes de rock de la historia más recientes que tienen el oquey maquey de la curia vaticana.

Así, como si tal cosa. Es decir, que se puede ser un dechado de virtudes y comulgar a pesar de haberse pegado uno un hartón del disco Achtung baby de los U2 antes de ir a misa. Según ellos, la homilía de los de Bono en una canción como la de One enaltece el espíritu y nos prepara, por lo visto, para la vida próxima. Ya saben todo eso de hermanos y hermanas y el amor al prójimo.

Es muy honesto y hermoso por parte del Vaticano mostrarnos las excelencias de tan archiconocido como gran tema. Pero se olvidan de que muy cerquita, unos surcos del vinilo más allá venía aquello de ¿Quién montará tus caballos salvajes? En una clara apología de película de canal plus un viernes de madrugada preguntarle eso a una hembra a la que poquito antes le has dicho que es más peligrosa que un cristal escondido en la arena de una playa no lo veo yo como paradigma del buen cristiano.

O quizá sí. Bástenos recordar cualquier ornamentación gótica y catedralicia y veremos ristras de ejemplos de coyunturas y yuxtaposiciones que formalizaban y predicaban los tachones del pecado, siendo el Pecado lo execrable a no seguir. Escritos en la piedra dejaron los artífices de tan bellos edificios monumentales erecciones y derramados senos que recordaban la desdicha de la lujuria tanto en maitines como en vísperas o completas (éstas últimas dependiendo de la estación del año).

El cristianismo nos enseñó en su día: esto es lo que eres, así es cómo te comportas en la tierra y esto es lo que te espera. Cinco o seis siglos después continúan actuando de manera similar, sólo que ajustándose a los tiempos. Ya lo vimos con el famoso astronauta que apareció en la fachada de la Catedral nueva de Salamanca para delicia de curiosos y extraños y para bienaventuranza de los guías turísticos, que se pasan horas explicando el porqué de su venida.

Además de los mencionados, añaden a este inusitado top ten a Donald Fajen, con su The nightfly, el disco que popularizó a los Oasis y que incluye su Wonderball y el Supernatural de Carlos Santana.

La verdad es que hay que ser el santo Job para escuchar los tres seguidos y que no te salgan llagas en el iris o en el pecho y quizás sea por esto que los han incluido. Mención especial hago aquí al que está en cuarto lugar y con el que cierro la lista. El imprescindible Rumours de Fleetwood Mac, que tendría que estar en la fonoteca de cualquier hereje, haya sido quemado injustamente o no.

No sé si es música para creer en Dios o no. No veo que la intención de los vaticanos haya sido ésta. Que te hagan mejor cristiano también lo pongo en duda, pero nos saca tanta fe y tanta abnegación del aburrimiento y del frío que no se termina de ir de estos días. Nos recuerda viejos discos que habíamos olvidado y que es bueno revisionar. A lo mejor, quién sabe, con tan inofensiva práctica nos estamos ganando un cachito de cielo para el día de mañana.

 

Canción del día: Diamonds on the Soles of her shoes de Paul Simon.

 

p.d. Leído en Radio Candil el 23 de febrero.

 

NUEVO DEPORTE: EL WELCOMING

NUEVO DEPORTE: EL WELCOMING

Después de muchos años de práctica, decepciones y derrotas he llegado a la conclusión de que a un servidor le entusiasman la mayoría de deportes que requieren cierto tino y esfuerzo, pero resulta más que evidente que yo no le gusto a ninguno de esos deportes. A pesar de los intentos por adentrarme en ellos, jamás deporte alguno me dejó conocer los recovecos de su casa.

Así que ahora que llega el momento post-navideño, que tanto nos aterra, ahora que ya ha pasado San Antón y que han finalizado las Pascuas según calendario popular, no tengo más remedio que ponerme a trabajar mi tableta de chocolate y dejarla reluciente a costa del deporte.

No me acercaré a los nuevos santuarios. Está comprobado que no nací para sociabilizar en un gimnasio donde es fácil reírse de tu vecino, pues si tú coges las pesas de tres kilos él cogerá, instantáneamente, las de cinco y se te quedará mirando con aire de desafío a lo Curro Jiménez. Siempre he pensado en este aspecto que de quitar los espejos de esos establecimientos y ludotecas del ego se irían a la quiebra en un santiamén. Una vez estuve en uno, hará de eso casi 25 años. A los cuatro meses de merodear por allí y regocijarme con la poca pulcritud de las jovencitas de mi época – hoy excelentes madres divorciadas – me ofrecieron muy ladinamente anabolizantes y salí disparado de allí ante la incomprensión de mi padre, que veía en mi renuncia una huida de mi condición de cuerpo diez.

La solución es reciclarse. Hay que perder peso, quitarse esos tres kilos que de media se pone cada español entre pecho y espalda en esos quince días de excusas para no reconocer nuestras propias miserias. Y tiene que parecer que practicas un deporte. Así, he decidido estar atento a los más allegados y conocidos para ver quién se adjudica o cambia cualquier cosa de su casa. Cualquier reforma minimalista me vale. Una pronta visita al Ikea por parte de un compañero de trabajo es recibida en mi agenda como una máxima de Carlos Marx o un verso de Borges.

Que los españoles te enseñen sus casas es todo un deporte. Y les llena de orgullo y satisfacción hacerlo. Obligan a su visitante eventual o huésped fortuito a que vean hasta los pelos de la ducha si es menester. Casi diría que para muchos es religión y te asaltan comentando que, finalmente, el tresillo no quedaba perfecto en tal rincón de la sala de estar y sus variantes. Y terminan: ¿cuándo vendrás a verlo?

La visita es imprescindible hacerla a pie hasta la casa susodicha. Es recomendable no haber hojeado ningún catálogo del Ikea al menos cinco días antes, para que la sorpresa sea mayúscula. No hay que hacer comentarios del tipo ese estor es el mismo que tiene Alberto o Isabel. Bueno, si quieres enterarte de algún cotilleo o divergencia puntual sí.

Es un sufrimiento ver cómo mezclan una imitación de Lladró con una pared de gotéele, un cuadro de la etapa surrealista de Chirico y una foto tamaño bañera del día de la boda. Piensa sólo en las 500 calorías de media que vas a quemar, siempre que lo que acompañe al café no sea bollería industrial, a la que has de resistirte para que tu plan haga efecto.

Para mantenerte en el círculo de los que son invitados, hay que tener en cuenta una máxima, de lo contrario, te arriesgas a que te den arsénico en el café: la casa exhibida es siempre la más bonita del mundo, así que: sí, en una misma habitación pueden coexistir un edredón del demonio de tasmania, un montaje warholiano con la foto del hijo a lomos de Pocoyo y una cómoda estilo Luis XVI.

Por si no quedaba claro que esto es así, una cadena de televisión estrenaba ayer un programa del tipo: to er mundo é güeno, donde las casas más estrafalarias se nos presentaban como auténticos museos de antigüedades o del buen gusto. A saber, una pareja de gays residía en una vivienda de más de 1100 metros cuadrados y otros 3000 de jardín y hacían vestir a sus sirvientes con un atuendo característico de la ensalada de culturas que en ella se había querido homogeneizar. En el Spa subterráneo, hecho artificialmente pero recreando el misterio de una gruta, tenían una estatua de un buda sonriente y dorado.

Lo que constata que los millonarios siguen siendo los más horteras, sea uno minimalista o barroco, dandy o gentleman. Y es por eso, creo yo, que los de la alta sociedad siempre tienen esos tipazos. Ni botox, ni retoques ni pádel ni golf. Lo que de verdad hace perder peso en esta época del remordimiento mórbido es tener amigos con mansiones del copón, que cada dos por tres hacen reformas y te invitan a verlas. Si no, piensen en la Beckham o en la Hilton y me darán la razón.

 

 

Canción del día: Su casa es Suya, Ciudad Jardín

 

LOS DISCURSOS DE LA MEMORIA

LOS DISCURSOS DE LA MEMORIA

Los discursos de la memoria.

En ocasiones, nos hablan de oasis, en otras de desiertos. Puede que haya guirnaldas en un especial recuerdo, o que se haya intentado borrar con saña y con tinta azul, como cuando tachamos una palabra con el boli hasta quebrar el papel que la sostiene.

Hace unos días tropecé por una casualidad con mi agenda de 2004, sobria y negra. Estaba arrumbada en una caja de libros y cuadernos. Estaba buscando un verso y encontré doce meses, todo un año. No siempre tiene uno la oportunidad de revivir un año, de volver a repasarlo. De ahí la extraña felicidad que me invadió.

El tiempo, ese monstruo que nos domeña y nos ridiculiza, nos convierte en rebaño, en pasto de la incertidumbre. Cuando ha de venir lo esperamos ansiosos o atemorizados, mas siempre expectantes. Es una cosa ridícula, pero gobierna nuestras vidas. Y luego cuando se nos cruza, cuando se hace pasado y certidumbre, deja unas finas hebras como de azafrán. Se convierte en recuerdo, feliz o triste, especial. Para que sea recuerdo tendrá que tener algo de extraordinario, sin duda. Y la esencia de él es lo que realmente nos importa. Podremos ponerle falda roja a la chica del banco aquél que nos besó por vez primera en el 88 cuando la llevaba verde, podremos ponerle esencia de vainilla al mismo beso cuando era de cebolla, podremos ser Quijote o Sancho al describirlo, pero es la esencia de éste la que dejará una huella digital en nuestro cerebro durante un periodo bastante extenso, que puede durarnos, en ocasiones, una vida.

Y luego está la agenda. En ella hay fechas, anécdotas y momentos que un día fueron cruciales para ti. Marcados en rojo o con un rotulador de punta gruesa. Rodeados insistentemente esos datos para no olvidarlos con tu memoria quebradiza. Luego pasaron, y ahora, seis años después, los miras ajeno, totalmente ajeno en muchos casos. Están ahí puestos desafiándote, recordándote que tú viviste esa vida, que tan de otro te parece ahora. Les pones fecha cierta y ubicación correcta a esos datos, los vuelves a almacenar correctamente.

Pero de otros nada sabes. Te asegura tu agenda que has leído libros de los que nada podrías decir, porque pasaron por tu vida fugazmente y poco te impregnaron, como Señales de la nueva poesía argentina, de variado autor o Maigret va a la escuela de Georges Simenon. Y ahora no estás seguro de eso. Menos mal que reconoces tu letra y sabes que a ti mismo casi nunca te mientes, al menos en esos aspectos.

No has olvidado, por ejemplo, que estuviste cenando en Madrid con tus amigos: Antonio, Xurxo, José Manuel… pero te hubiera sido imposible hasta ahora ubicarlo en un 10 de enero, no recuerdas el frío invierno en aquel encuentro tan cálido y que, ahora lo sabes, no más habrá de repetirse. Que estuve en la playa un 8 de enero, lo que no es impensable en Murcia, pero de ese momento nada me ha quedado, a pesar de disfrutar de otros amigos y andar de la mano de la mujer que hoy me sustenta. Que enterramos a la buena de Eulalia un 15 de enero, mujer muy importante en mi infancia y una de las mejores cocineras que he conocido. Que el 25 tuve clase con Cánovas, un alumno. ¿O alumna? No le pongo cara, así que no puedo saber si me pagó lo que me debía. Afortunadamente, por lo que leo, a primeros de febrero saldó su deuda. Que comencé mis clases con Viqui un 29 de febrero, era domingo y a ésta sí le pongo rostro: buena alumna, al menos escuchaba y hacía preguntas. Que me quitaron la férula del esguince un 18 de marzo, un día antes de la boda de mi primo, que vi La Bicicleta de Pekín un 23 de marzo,  y un 7 de abril Condenado, de las que nada podría decir, aunque de la primera tengo ahora vagas imágenes. Y así 12 meses, tan condensados. Tantas cosas olvidadas que han regresado, tantas otras que por más que las leamos no sabemos de ellas.

Luego diremos que una vida no es suficiente. Es suficiente, pero, probablemente, en nuestro último minuto, no logremos recordarlo.

Canción del día: Desordenada habitación, de Nacha Pop.

 

p.d. leído el 1 de diciembre en Radio Candil.

 

LO MALO DE FACEBOOK ES CUANDO TE CLAVAN LA AGUJA DE HACER GANCHILLO EN LOS OJOS

LO MALO DE FACEBOOK ES CUANDO TE CLAVAN LA AGUJA DE HACER GANCHILLO EN LOS OJOS

Sin duda alguna, una de las noticias que más regueros de tinta han derramado este año saliente, fuera de las noticias habituales de actualidad, socio-económicas o socio-políticas, ha sido la de la proliferación de las redes sociales y, dentro de ella, cómo facebook ha conseguido batir records de popularidad y fidelidad por parte de los usuarios. Su capacidad para hacer de lo instantáneo un arte – mejorando incluso la taza roja del nescafé – y para sugerir amigos a los que son afines ha atraído a más de un vecino curioso. De hecho, se ha convertido en el cuarto país del mundo en población virtual. Es una fuente inagotable de encontrar antiguos compañeros del colegio o la universidad, de ex – y de antiguos profesores o jefes a los que no tuviste el valor de insultar en su día y la accesibilidad de la virtualidad te permite hacer.

Pero tiene sus peligros y sus contradicciones. Además de quedarse con todos tus datos hasta después de muerto o de tener menos privacidad que la relación de Carla Bruni con Sarkozy, tienes los peligros de que no haya ningún medidor de la responsabilidad, como tampoco lo había en la blogosfera y cualquiera puede descalificar porque eres contrario a sus afinidades.

Así, el día de San Silvestre me vi contestando con un guiño uno de los varios comentarios        que el poeta segoviano Camilo de Ory hace en su espacio. Fue una respuesta chorrada en la que afirmaba que la peor noticia del año había sido que a Obama le dieran el Nobel de la Paz. Una opinión como otra cualquiera, por la que una joven me llamó criminal inmediatamente, calificó mi afirmación de temeraria al haberme olvidado del atentado de la banda terrorista ETA al policía nacional Eduardo Puelles y, de paso, llamó a de Ory “escritor andaluz de sandeces”. Comparto con ella que aquello no dejaba de ser un chistecillo y que no tenía la menor validez, pero la réplica me pareció desmesurada.

En un primer momento, mi sorpresa me condujo a esbozar una contrarréplica, pero luego mi ánimo se contuvo pues entendí que no merecía la pena defenderse de un comentario tan desorbitado y fuera de lugar ante un simple contraste de opiniones sobre estimar qué noticia había sido la peor del año. Y así se lo dejé saber: que no habría contrarréplica por mi parte.

No tardó en aparecer su respuesta: en la que me definió como acólito de Camilo de Ory y siguió sumando descalificaciones de una envergadura que a mí se me figuró excesiva: aplaudidor del terrorismo, chulo y torpe, como síntomas manifiestos de mi diagnóstico del estrabismo moral y mi afiliación a la barbarie. No es honroso, y estoy de acuerdo con ella en lo de torpe, pero he de decir que estos calificativos no sólo me aglutinaban a mí, sino a todos los acólitos de de Ory, que, por lo visto, somos legión sin saberlo.

Si ya de por sí esta crónica de hoy tenía una lectura triste, donde podía verse que hay personas que atacan gratuitamente y sin pudor a los que no son de su misma opinión a comienzos del siglo XXI, lo es más aún, a mi parecer, después de ciertas investigaciones que hice posteriormente. Indagué sobre la persona que me llamó acólito y descubrí pronto que se había convertido en periodista y que, efectivamente, su cara me sonaba por ser una víctima del terrorismo en un día en que la banda terrorista provocó tres atentados con el sistema deleznable (aunque todos sus métodos lo son) de la bomba-lapa.

Y ahora imagínense mi decepción al comprobar en mi propia carne cómo es imposible a día de hoy pensar que acabaremos por el camino del diálogo y la negociación con un conflicto que ha desgastado a todos los españoles durante más de treinta años. El odio, siempre lo he pensado, no es el mejor hilo conductor para ello. Venga de donde venga, ni de los ejecutores ni de los ejecutados. Si por ello he de ser un aplaudidor del terrorismo, hágase la voluntad de quien así lo piense y arrastre yo mi culpa y mi ofensa por defender el sentido común.

 

Canción del día: Grita, de Jarabe de Palo

p.d. Leído en Radio Candil el 4 de enero. El título está parafraseado de un antiguo poema de José Daniel Espejo.

 

HE TENIDO UN SUEÑO

HE TENIDO UN SUEÑO

A vueltas con un artículo que el señor Falcó publicaba hace unos días en un periódico extremeño local y localista, he tenido un sueño. Como el de Luther King, pero a lo bestia. En ese sueño lo comentaba en voz alta: he tenido un sueño, a lo Forrest Gump en su discurso improvisado en Washington. El FBI después de decir aquello me interrogaba. Era el chico protagonista de la serie Bones, Seeley Booth, y llevaba unos calcetines escandalosamente rojos, de Roger Rabbit. La hebilla del cinturón era una cassette de plata, muy hortera. Me decía que les había llegado un soplo de la SGAE y que tenía que pagar 12 euros de royalties a la familia del pastor bautista por decir esas mismas palabras en voz alta. Yo intentaba hacerle entender que no, pues estaba convencido de que en mi sueño lo había dicho en legible castellano y no en inglés, pues dentro del sueño era consciente de que soñaba en castellano, y le explicaba al agente Booth que yo no poseía la misma capacidad que el gran Antonio Tabucchi de poder soñar en un idioma distinto al materno y escribir después un novelón como Réquiem. Los secuaces de la SGAE se mantenían en sus trece y yo les dije: ¿entonces ustedes considerarán una traducción como una descarada afrenta a su integridad? No, no, no, fue su respuesta. Mientras el traductor pague por ello, sin problemas.

El sueño saltaba de un lado a otro. Era un sueño dentro de un sueño. Ahora estaba en una cornisa y me perseguía la policía, como en Vértigo. Iba saltando de una a una, ágilmente, totalmente desconocido, como si me hubieran dado cuerda y estupefacientes, llevaba un maillot amarillo como los campeones del Tour de Francia. En un momento dado, tropezaba y estábamos ante la típica escena de hombre a punto de despanzurrarse contra el suelo, con varias decenas de caída libre de por medio. Milagrosamente, me aparece una mano salvadora. Confía en mí, ¿me dicen?, como en todas las películas, que es esa la frase que siempre se dice, no hay producción de Hollywood que se precie donde el protagonista no se lo diga a su chica. Confía en mí. Tres palabras y parece un conjuro de matrimonio. La confianza es muy importante en Hollywood, al parecer. Pero en mi sueño la mano redentora era la de Victor Manuel y yo recelaba hasta el último momento, consciente de que había gato encerrado. In extremis saltó una bombillita en mi cabeza y tuve el valor de preguntarle que por cuánto me saldría la broma. Me dice Victor Manuel que serán 24 euros por pagar el canon de repetir la escena de alguien salvando a alguien de una cornisa. Y me digo que por 24 euros me la juego y me dejo caer al vacío, tal es el cariño que en mi sueño les tengo a los de la SGAE. Caigo al suelo, parece que me mato porque aparecen Morgan Freeman y Kevin Costner. El primero es Dios, obviamente. Yo hubiera preferido a Alanis Morrisette, pero es mucho mejor actor el de Memphis. Morgan Dios me dice que Kevin Costner – el peor actor de todos los tiempos – es mi ángel de la guarda custodio hasta llegar a las puertas del cielo. Lo primero que hace es preguntarme si he visto alguna vez Campo de Sueños. ¡No, por Morgan Freeman!, le espetó y no parece sorprendido. Pero tú habrás tenido alguna vez un sueño, me dice. ¡Claro! Es por eso que estoy aquí. Yo había soñado que el problema de la SGAE y las descargas por Internet en España se solucionaba con un acuerdo entre las compañías telefónicas y ellos. Puesto que las compañías telefónicas eran conscientes de que con el nuevo proyecto de ley iban a perder millones de la gente que renunciaría a tener adsl en casa, con la que está cayendo. Así, les daban un tanto por ciento en concepto de canon a la SGAE y todos contentos. En mi sueño era factible, y no hacía falta subir las tarifas a nadie puesto que desde Estrasburgo ya habían advertido a las compañías que eran las más caras de Europa en tarifar el adsl. ¡Y por eso me veo aquí!, le digo a mi Ángel Kevin Custodio Costner. Por cierto, le digo: eres el peor actor de todos los tiempos. No eres el primero que me lo dice, estoy aprendiendo a eternizar con ello. Y se pone a mesarse las plumas de las alas.

 

Amanece. Es un hermoso día en París. Todo ha sido un sueño. Salgo a comprar croissants por la Rue de la Harpe. Un hombre vestido como el calvo de la serie Fringe – ése al que llaman El Observador - me detiene y me dice que tengo que pagar un canon por pasear por un decorado de la Rayuela de Cortázar.

 

Canción del día: Migala: Instrucciones para dar cuerda a un reloj.

 

p.d. leído en Radio Candil el a 10 de diciembre.

WE ALL ARE AL-QAEDA

WE ALL ARE AL-QAEDA

Todos somos Al-Qaeda.

Ustedes no lo creerán, pero es cierto. Esto así y es tan inamovible como si lo dijera Matías Prats. Al menos, para el gobierno Obama, ese orejotas tan simpático que iba a salvar el mundo, es así. Cualquier ciudadano del mundo que piensa en coger un avión como medio de transporte es un terrorista de alguna cédula a las órdenes del mismísimo Bin Laden. Supongo que algunos avispados estadounidenses se frotaron las manos cuando escucharon la noticia del atentado fallido del vuelo Ámsterdam-Detroit, tal y como lo hicieron el día de la caída de las Torres Gemelas.

Las primeras medidas adoptadas son las de siempre: incrementar la seguridad de los aeropuertos hasta el punto de lo insostenible. Por ejemplo, ya se ha divulgado, han sido rápidos, que en el aeropuerto de Ámsterdam había un sistema de control de super-mega-rayos-x traído del mismo Krypton por Jor-El, que deja al pasajero en pelotas, pero que no era obligatorio por vulnerar ciertos derechos de mierda que los civiles hemos ido acumulando a lo largo y ancho de nuestra historia. Este hermoso artilugio, que desde su ubicación en el aeropuerto ha disparado la presentación de currícula como vigilantes, se suma al que habían implantado en 2001 de detección de los pasajeros a través de su iris. De nada hubiera servido saber quién era exactamente este pasajero el otro día, pues sus intenciones asesinas no salen en la base de datos de ningún aeropuerto, de momento. Ya que, como digo, a partir del próximo 2010 imagino que sí, ya que quien compre un billete de avión llevará el sambenito de presunto asesino de masas en el código de barras. Todos seremos como Abdulmutallab, “sospechosos de terrorismo” y quién sabe si por el hecho de llevar unas tijeras en el equipaje de mano (por descuido o chulería nacional, que de todo hay) no nos vetarán desde el omnipresente control de los USA de volar para el resto de nuestros días. Recuerden que ya desde septiembre de 2001 está prohibido el cortaúñas, considerado un objeto capaz de poner en riesgo la integridad de un vuelo. Por lo visto, se sabe que el incremento de la venta de dvds de la serie McGiver ascendió hasta la estratosfera desde la creación de las múltiples cédulas, ya que es condición sine quae non para los aspirantes a mártires haber aprendido a hacer un explosivo con un auricular, una bolsa de peta-zetas y un cortaúñas tan fulminante como para volar el monte Rushmore.

Imagínense por dónde nos van a salir ahora los gobiernos. De momento, todos se han apresurado a mostrar su cooperación con los vuelos destinados a USA, reforzando sus medidas de seguridad. Vamos, que de aquí a nada, el famoso escáner que nos deja virtualmente en pelotas dejará de ser voluntario y nadie pondrá el grito en el cielo, pues los aborregados usuarios han decidido que todo es poco en tema de la seguridad y que millones de aviones explotando en el aire es una pesadilla de Navidad que ni la de Tim Burton.

Se olvidan estos sufridos usuarios que las cédulas de Al-Qaeda están conformadas, directa o indirectamente, por personas que han ido amasando fortunas gracias a todo lo que tiene que ver con el petróleo, eje principal de cualquier aeropuerto. De hecho, se recuerda que aún en 2005, el gobierno de Arabia Saudí (que tiene bajo su control más del 7% de toda la riqueza de los USA) dio un consorcio de empresas y más de 26.500 millones de dólares a un grupo de empresas, entre las que se contaba a la de la familia de Osama, el Grupo Saudí Binladin. Si ustedes se preguntan por este contrasentido le responderán lo mismo que un miembro de su familia, quien asegura que “Nosotros nada tenemos que ver con él”. Llámenme capcioso, pero no me imagino a la CIA haciendo negocios con la familia de Lee Harvey Oswald después de asesinar a Kennedy.

Así que si están pensando en viajar estos días, mejor háganlo en burra, que es mucho más navideño e igual de inseguro. Y refuércense los machos para la próxima vez que tengan que tomar un vuelo. No olvide que usted se sube un avión para montar la de dios es cristo, y no para visitar a su abuela agonizante.

 

p.d. Leído en "Días de Radio" hoy.

 

LA NUEVA CARA DE ESTA NAVIDAD ES DE CEMENTO

LA NUEVA CARA DE ESTA NAVIDAD ES DE CEMENTO

Bajo a la sala de descanso. Hay cinco o seis personas ancladas a lo que sucede en la televisión. Me pregunto si será por lo de la cumbre de Conpenhague. La expectación por ver si consiguen un acuerdo es importante, hasta ahora lo que hay, según lo que nos va llegando de los medios, es una pena, tanto dinero despilfarrado para organizar tal evento para nada, sólo para que los delegados de los países en vías de desarrollo tengan la posibilidad de hacer turismo y ver la nieve.

Me recordaron a mí mismo, cuando me planto delante de la pantalla el día del sorteo del Gordo de Navidad y me dedicó a aprehender los gestos de los niños y los gestos de sus manos para saber en qué varilla irá el número dador de fortuna y felicidad. Aunque por lo general no juego, o acaso llevo un décimo o una participación que he adquirido por compromiso o por los ojos de la portadora. Sin embargo, está claro que por el día y por la hora no tiene nada que ver con el legendario sorteo que por unas horas iguala a todos los españoles, a jefes y subordinados, a alcaldes y vecinos, a presidentes de clubes y a sus jugadores. Ese día no hay distinciones, como en la canción de Serrat.

Así que yo también me acerco, no voy a ser menos, no me quedaré de brazos caídos o leyendo un periódico. No hablan entre ellas, pues están esperando a que alguien que esté de espaldas se gire y muestre su cara. De momento, hace aspavientos con las manos y una peineta a los que le hablan.

¿Qué expectación tendrá ver al dueño de semejante educación? Por el contexto, parece algún prófugo que ha sido atrapado a punto de abandonar el país, o uno de los cabecillas de alguna banda sembradora de pánico. Ha tenido que pasar algo gordo, pero no me atrevo a preguntar, pues el respeto a las imágenes me desborda.

Sigo investigando. Por las horas de emisión y tratándose de Telecinco, nuestra cadena amiga, debemos concluir que es un aparte que han hecho dentro de su programación de medianoche y nos encontramos ante un especial de informativos, lo que me produce más ansiedad si cabe, porque para que esta cadena decida hacer algo así ha de ser tan gordo como el atentado que sufrió Aznar en 1995 o algún suceso particularmente escabroso o morboso sobre la familia real.

Pero no, qué va, que poco a poco se va deshaciendo el entuerto, que diría el famoso Manco de Lepanto, y vamos quitándole vendas al misterio hasta desarroparlo y dejar todas las vergüenzas de una España cada vez más plural, más vanguardista y más zafia, con esa zafiedad propia del ignorante, del que tiene todos los saberes a un clic de ratón de portátil y no lo hace por pereza. Se trataba de ver el nuevo rostro de Belén Esteban, esa musa tocinera, que se ha hecho cotidiana de los chascarrillos y célebre para el populacho gracias a su labor encomiable de estar siempre confundiendo la velocidad con el tocino, e intentando convencernos a los demás de que la velocidad, en realidad, es el tocino. Se ha hecho una cirugía estética esperada como maná por sus asiduos, por los que la idolatran y la han encumbrado a ser musa tanto de carnavales como de días del Orgullo Gay. Evidentemente, lo hizo en hiper-ultra-mega exclusiva en la cadena que la ha llevado a las cotas más altas de popularidad – quién sabe si no fue la cadena la que costeó a cambio la intervención quirúrgica.

Por si no fuera poco en esta paranoia, llega el domingo por la mañana y me compro los periódicos habituales. En la última página de uno de ellos, cada vez más con tendencia a inclinarse sus renglones un poco más a la derecha, aparece junto a la columna del infatigable Manuel Alcántara una entrevista a Ramón Vila-Rovira, el artífice de la restauración. De ella se desprenden tres perlas: a) asegurar que Operar a la Belén ha sido como hacer bricolaje; b) decir que de haber ido su paciente a la Universidad hubiera llegado a ministra; c) explicarnos que tuvo que recurrir a sus costillas para remodelarle el tabique nasal.

La reflexión o moraleja final de esta crónica es harto sencilla y el que no quiera ver que la suerte de este país está cayendo por el retrete desagüe abajo, que programe Telecinco y se siente pacientemente a esperar la explicación de cuándo son los cuartos y cuándo las campanadas hecha por el escote de moda de turno. Así mudará de año y brindará ebrio de felicidad, creyendo que algo ha cambiado.

Las noticias que cambian el mundo son otras. Éstas sólo trastornan y transforman el mundo de las noticias, que se adaptan a unos tiempos extraños, gobernados por la búsqueda de la desinformación. Pero a veces no culpo a nadie, porque ser conscientes de dos o tres bocados de realidad es como para pegarse un tiro. ¡Feliz Navidad!

 

p.d. Leído el 22 de diciembre en Radio Candil.

 

 

ENTEREZA PARA LO QUE ME ECHEN

ENTEREZA PARA LO QUE ME ECHEN

 

Hay una frase que se ha prodigado por todos los medios de comunicación este fin de semana de mano de uno de los personajes públicos nacionales más tristes que ha dado nuestra joven democracia: don Mariano Rajoy. Ha sido la de decir: “Tengo entereza para aguantar lo que me echen”. Cuando la escuché por primera vez no pude aguantarme darle un telefonazo a los de la SGAE y ver qué se podía hacer, porque esa frase es de un servidor, y no creo justo que vaya en boca de un cualquiera. Los de la SGAE me dijeron que ellos no podían hacer nada si no había filón de por medio y por eso es que estoy aquí desahogándome.

Lo de la entereza me lo repito mucho. Cada vez que me pongo delante del televisor y le doy al mando para saltar de canal en canal. Es casi un deporte de riesgo, me atrevería a decir, sobre todo en esa franja horaria impracticable de mediodía los fines de semana. Casi peor que la franja de sobremesa de los domingos, donde los telefilmes de mujeres deshonradas o niños pijos australianos te hacen llorar al maestro Hitchcock. Lo mismo te encuentras a Carmen de Mairena recitando un soneto de exabruptos con rima AB BA que haría las delicias del mismísimo Moncho Borrajo que a un antiguo soldado británico intentando convencernos de que lo mejor para sobrevivir en mitad de la sabana africana es hidratarse recogiendo el zumo parduzco que sale de estrujar excrementos de elefante. Por lo visto, la una de la tarde de un sábado no representa horario infantil y las cadenas privadas combaten así la maravillosa y poco reconocida labor del maestro Argenta, intentando inculcarles Bach o Mahler a unos niños que dentro de poco fliparán con lo último de Los Caños en su primer y recién estrenado móvil de 200 euros.

Así uno no puede resistirse a tirar de la red y bajarse extraoficialmente y en versión subtitulada las novedades de las series que van saliendo en USA. Uno, ajeno a ese fervor popular y casi me atrevería a decir místico de tragarse series nacionales de difícil acceso al intelecto como puedan ser Los Hombres de Paco o Sin Tetas no hay paraíso, se revuelca de placer como un gorrino en el fango ante las vueltas que la vida le da a ese Sherlock Holmes moderno y adicto a la Vicodina que es el doctor Gregory House. No soy el único adicto a las tribulaciones semanales del gran adicto, por lo que se puede comprobar fácilmente en la red, donde hay una página incluso llamada La Vicodina. La droga de House.

Hay otras que me atraen, como Fringe, Dexter o The Closer, pero creo que jamás desbancarían a House de su trono, por purita deformación profesional, pues ya digo que busco las correspondencias entre el detective de Conan Doyle y el personaje del Hospital Princeton-Plainsboro.

Pero de todas las series que he seguido en los últimos años ninguna me ha vinculado tanto con la ficción como la saga de Los Soprano. Y no porque haya sido magnificada incluso por mi reverenciado Javier Marías, del que ya me gustan hasta sus costuras, sino por todos los referentes culturales que hay en toda la serie: desde las caricaturas que se hacen de la Mafia vista con los ojos de un director de cine, como el espíritu Tony Montana que cada uno de los personajes tiene al ser miembros de una familia.

El mensaje de la serie es devastador y deberíamos aprender todos de él. El espíritu Tony Montana es ése que todo bicho viviente posee, y por el que pensamos que nos merecemos todo por el simple hecho de haber nacido. Es decir, ¿por qué yo no me lo merezco todo y Michael Jordan sí, siendo los dos del mismo barrio? Los mafiosos del cine y la televisión tienen ese espíritu, pero es un espíritu universal, el de creernos tan importantes que nos lo merecemos todo. Si tú te lo mereces todo no harás esfuerzo por nada y accederás a él de la manera más simple, rápida y directa: la fuerza, la violencia, el poder que da el miedo del otro. Ese mismo espíritu es el que hace que todos los que nos ponemos delante de un televisor o una pantalla de cine nos sintamos cercanos a los mafiosos que allí se nos presentan, porque, en el fondo, todos hemos querido ser alguna vez ese mafioso, poder dar y quitar con la misma facilidad y la misma aquiescencia. No nos importaría ser Michael Corleone por un tiempo, a pesar de la soledad del personaje; o ser Henry Hill, el chico de barrio de Uno de los Nuestros, aunque termine siendo un villano delator. Sabemos de los riesgos de ese mundillo, pero todos hemos querido sentir la emoción de ese poder, de ser invulnerables mientras matamos a un don nadie a puñetazos.

Por eso, como sabemos que todo eso es ficción y nuestro deseo no puede traspasar al otro lado de la pantalla, nos conformamos con el subidón de adrenalina cuando sisamos en la compra, o lo quitamos las medias o los calcetines a nuestro compañero de taquilla, esperando el día en que las puertas de la política se nos abran y entremos en el maravilloso mundo de las corruptelas.

 

p.d. Leído el 17 de Noviembre en Radio Candil.

 

QUÉ ATREVIDACIÓN LA DE LA IGNOPERANCIA

 

Sigamos con los perros. Una reciente crónica trajo a mi desfallecida memoria la anécdota preciosa que siempre cuento para ejemplificar el deterioro intelectual que los universitarios vienen, mejor diré venimos, sufriendo desde los noventa. La persona protagonista hace mucho que consiguió una interinidad como docente, así es que es de imaginar que a día de hoy habrá obtenido su plaza y estará afianzado en la docencia, por lo que sólo nos resta desearle la mejor de las suertes a sus pupilos, los que han sido y los que vendrán, aunque es ley natural que sean los primeros los más afectados.

En cuestión de segundos, de un plumazo, le propinó tal suerte de bofetadas al castellano y a su rico maridaje con el latín que el propio Menéndez Pidal hubiera ejercido la gracia del tiro en la nuca de haber estado presente.

El caso es que estábamos en la biblioteca de nuestra Universidad y teníamos que hacer un trabajo sobre el Cantar del Mío Cid. Por aquel entonces había un fichero de cartulinas todavía como sistema de búsqueda y sobre él estábamos hojeando el famoso poema, viendo exactamente por dónde íbamos a hincarle el diente a sus versos, para parecernos lo más posible al eminente filólogo. Él nos acompañaba, por un razón que no recuerdo, pues andaba dos o tres cursos por debajo de nosotros. Como recién iniciado, era curioso. Con esa curiosidad malsana de los españoles, que te quitan la revista cuando tú la estás leyendo y piensan que tienen toda la salvación de los planetas porque te piden disculpas cuando te la arrebatan. Se puso a hojear él también, imitando el modelo de una de las chicas, causa más que probable de que estuviera en aquel escenario.

En un momento dado soltó la voz de alarma, y dejó caer la bomba como si hubiera descubierto una vacuna contra la tuberculosis que anulara a todas las demás. Nos dijo, con cara de sorpresa, que no tenía ni idea de que en aquella época ya hubiera anglicismos en España a principios del siglo XIII. Es evidente que, ante tamaña observación, paramos cuanto hacíamos para atenderle. Mi cara de incredulidad no pareció ahuyentar sus ganas de hacer un ridículo espantoso. Así, nos espetó: claro, es aquí, mirad lo que dice, que ya entonces el verbo “to can” se usaba en nuestra península.

Efectivamente, atónitos acudimos al milagro. Por arte de magia un anglicismo había aparecido en nuestra edición, algo que se le había pasado al mismísimo Menéndez Pidal, y lo que era más grave para mí, a mi maestro de gramática José Perona. Menos mal que antes de salir raudos a la prensa a divulgar nuestra noticia habíamos desayunado y teníamos las energías suficientes para no ser tan memos como él, y así pudimos entender que el tal anglicismo era la hermosa palabra “can”, tan fiel al castellano como lo que representa a su amo.

Esa persona, cuyo cerebro universitario de mañana tempranera otoñal no era capaz de percibir la palabra “can” como un referente de su lengua materna y sí como el de una extranjera en uno de los primeros textos que se conservan de nuestro idioma, es el ejemplo de toda una sociedad que ha dejado, o a la que se le ha permitido perder unos referentes culturales, como es la lengua latina, por el simple hecho de que no es esencial para el día a día. Pues por lo visto, ilustres psicopedagogos, auspiciados por la ignorancia de algunos padres y madres asociados, han decidido que saber que los perros son cánidos y que los dientes caninos se llaman así por tener una función de desgarrar los alimentos, así como los molares, por triturar, toman su nombre de la muela de un molino no sirve para el día a día. Y como en su realidad, la que nosotros le inculcamos con nuestras gilipolleces, les enseñamos que CAN es el verbo poder en inglés y no le enseñamos que es otra forma de llamar al perro por su nombre, extraída del latín, su cerebro es evidente que leerá un anglicismo donde hay un latinajo.

Así, cuando el buen poeta y mejor amigo José Manuel Gallardo les pide a sus alumnos que le construyan una oración con el vocablo CACIQUE, que es un préstamo también, sale lo que sale:, su día a día, su realidad, la que todos hemos auspiciado de una manera o de otra: la realidad del cubata de ron, y el fiel aliado de todo Señor Cacique que se precie: la Coca-Cola.

 

p.d. Leído en el programa "Días de Radio", el 9 de Noviembre.

 

DESPUÉS CONQUISTARÉ BERLÍN

DESPUÉS CONQUISTARÉ BERLÍN

 

Yo estuve en el cosmódromo de Baikonur en junio del 63 durante unas vacaciones con mi abuelo, aristócrata húngaro invitado por los rusos al evento. Recuerdo mi alucinación ante objeto de tal tamaño, casi 5000 kilos de metal apuntando hacia la Luna, el tremendo ruido que hacen los cohetes antes de desaparecer, engullidos por las nubes. Vi despegar al Vostok 6 y a una nerviosa Valentina Tereskhova, cuya mirada era una de las más perdidas que yo me haya encontrado. Mi abuelo me dijo que estaba contrariada porque no la iban a dejar pilotarlo. Era guapa, se parecía a las fotos que la abuela tenía de joven.

Yo fui la luz para Ezer Weizman en 1967, cuando me vio jugando con una linterna en una cena en casa de mis padres. La familia sefardí de mi madre mantenía buenos contactos con los israelitas. Recuerdo que aquel hombre tomó la linterna, me besó la frente y me dijo que estuviera atento a la radio, que cuando oyera noticias de Israel mantuviera las orejas pegadas al aparato. Si escuchaba Operación Foco, me dijo, nosotros sabríamos que estaban hablando de este momento. Fue un conflicto  breve, sólo fueron seis días, pero yo no me separé de mi linterna durante aquel periodo.

Yo estuve en Riad el 23 de Agosto de 1973 con el Rey Faisal y Anwar El Sadat. La guerra del Yom Kippur era inminente y los países árabes decidieron utilizar el petróleo como arma política. Mi presencia allí fue como mero testigo. Hacía mucho calor y todos los guardaespaldas de nuestra majestad llevábamos los pañuelos empapados en sudor. El acuerdo afectaba a mi país, así que desde mi posición de privilegio tuve la oportunidad de hablar en dos ocasiones con el monarca para que la contienda afectara lo menos posible a Francia.

Yo estuve en abril de 1994 en Ruanda, en un hotel de las afueras, invitado como ministro por el general Habyarimana. Vi su sangre, sus ojos sin vida, antes llenos de rencor y de buenas palabras; odiaba a los de su propia tez y adulaba a los de piel blanca. Huelga decir que no firmamos acuerdo alguno aquella vez, y que los Cascos Azules se precipitaron por sacarme de allí. Por eso cada vez que reviso Hotel Ruanda no evito caer en un mar de lágrimas: yo podría haber sido uno de ellos y ése podría haber sido mi panegírico.

Pero de entre todos los gloriosos días de mi vida que hoy recuerdo me quedaría con éste:

La mañana del 9 de noviembre de 1989 yo estaba en mi oficina de mi partido, Reagrapamiento por la República, en la calle de la Boétie. Las informaciones que llegaban de Berlín cada vez eran más esperanzadoras. Como estaba solo en casa, pues Marie-Dominique se hallaba en Córcega, llamé a Juppé y cogimos el coche para recorrer los 1057 kilómetros que había hasta la puerta de Brandeburgo. Llegamos molidos, pero al ver el entusiasmo general, la masa enfervorecida y con una mirada nueva y llena de luz nos dejamos llevar por la alegría. Quiso el azar que diéramos con un francés, François, con el que habíamos compartido algún mitin o evento y nos dejó alguno de los picos que había traído para la ocasión. Enfilamos hacia el punto de chequeo y nos unimos a las familias enteras que derribaban el cemento a golpe de lágrimas y gritos de años contenidos…

Pero me estaba preguntando usted quién era y qué he hecho hasta ahora. Podría decirle que toda mi vida se ha resumido en perseguir un sueño. Tengo un deseo de adolescencia: atacar naves en llamas más allá de Orión, ver Rayos C brillando en la oscuridad de la Puerta de Tannhäuser. Pero no le he dicho mi nombre. Me llamo Nicolas Sarkozy, Presidente de la República de Francia, copríncipe de Andorra y declarado europeísta. Seguramente, aunque no sepa con quién estoy casado en la actualidad, habrá deseado usted a mi esposa en algún momento de su vida.

 

 p.d.Canción del día: Napoleon, Ani Difranco.

p.d. 2. Leído en el programa Días de Radio el 12 de Noviembre.

 

UN MENÚ DE PERROS

UN MENÚ DE PERROS

No dejo de sorprenderme ante la proliferación de perros que en mi urbanización viene dándose en los últimos meses. Aumenta paralelamente con la aparición de niños correteando y de madres primerizas que se cuentan anécdotas de pañales y las diferentes tonalidades de los residuos de sus infantes. Todo con esa naturalidad propia de los microcosmos, al igual que un grupo de enfermeras habla de antidepresivos tricíclicos o uno de poetas de la simetría rítmica entre Kavafis y Baudelaire.

Así, bajo el falso ideal de sociedad de bienestar que nos hemos creído, repetimos el modelo de familia que esta sociedad nos ha impuesto: una pareja, un niño, una mascota. Podríamos pensar que la venida de un perro sustituye el recibimiento de un segundo hijo o que la llegada de un hijo suple la posibilidad de una segunda mascota en casa.

Por esto, tampoco es de extrañar que en esta sociedad tan acostumbrada a los cánidos y al esparcimiento con ellos, surja la idea de que los chinos son unos bichos raros porque se dice que comen carne de perro. Y como la curiosidad no es algo que nos sea del todo ajena, cuando juntas a un grupo de españoles y los sueltas de luna de miel por el gran país asiático es de contundente lógica que, antes o después, van a hacerle la pregunta de rigor a los guías: ¿Aquí se come perro?

El guía de turno, sin borrar la sonrisa, dirá que los chinos son respetuosos en su mayoría con los perros, conocedores de la repulsa generalizada que eso nos provoca a los narizotas – apelativo por el que llaman a los occidentales - pero aclararán, acto seguido, que en la región cantonesa, mucho más sureña, es tradición comerse todo lo que tenga cuatro patas, excepto las mesas y las sillas. Entonces, ¿en Pekín, coméis perro?

A esas alturas ya hemos visto infinidad de perros siendo felices mascotas de felices pequineses, y sabemos que hay una raza de perro a la que se le llama precisamente así, pero el gusto de los españoles por generalizar como si de silogismos se tratara es más poderoso que la lógica. Es como si un islandés visitase Almería y le preguntara a los alegres transeúntes si ellos alguna vez habían practicado el tiro en la nuca, puesto que un reducido grupo de ciudadanos nacidos en Euskadi alguna vez lo han llevado a cabo. Eso sería otro silogismo, aberrante, pero silogismo.

Al igual que, bien pensado, lo sería, un silogismo aberrante, el hecho de pensar que los más de 1300 millones de habitantes de China hubieran comido carne de perro alguna vez. Los guías, continuando con su amabilidad, nos comentaron que hay una creencia de que la carne de perro es buena para mantener la virilidad. Por lo tanto, tradicionalmente ha sido una práctica reservada exclusivamente a los hombres. Sólo con ello, ya estás quitando de en medio esa repulsiva, desde el ojo occidental, tradición a más de la mitad de la población. Y se sabe que en Cantón el perro para consumo humano es un perro criado en granja y cebado con piensos, para su engorde y posterior disfrute. Reconocen los que han hablado con los que la han probado que es una carne de sabor fuerte y muchos aseguran que con una sólo experiencia es suficiente.

Así, algunas de las excursiones que los chinos nos preparan será una visita a un mercado típico tradicional de una ciudad. Por ejemplo, el que visitamos en Suzhou, donde uno encuentra de todo, si tiene tiempo a pararse a mirar y a observar, dejándose llevar por la algarabía de los lugareños.

Había de todo, ya digo: pollos, anguilas, serpientes, ratas de agua, codornices…

También, es obvio, había perros. Parecían felices. A pesar de las correas, siempre atendían a sus amos.

p.d. Leído en el programa "Días de Radio" de Candil Radio el 3 de Noviembre.

 

 

BURBUJILLAS SINCRONIZADAS REVISITED

BURBUJILLAS SINCRONIZADAS REVISITED

 

Quizás, a lo mejor es un decir, nada tenga que ver una cosa con la otra, pero resulta cuanto menos escamoso ver que está siendo en estos tiempos de crisis acuciante cuando más tramas de corrupción política se están sacando a la luz. Como si en verdad fuera necesario que los ayuntamientos y comunidades de este país tuvieran precariedad financiera y económica, o como si, desestabilizados los consumidores de Mercedes y promotores hipotecarios de este país hayan decidido tirar de la manta y aquí sálvese quien pueda.

Para los que aún sosteníamos la más que razonable duda de que estuviéramos sumergidos en una crisis, los que pensáramos que la subida del IVA propuesta por el gobierno para el próximo verano no era una espantada más de los chicos de Zapatero, nos ha llegado la prueba precisa de que esto es algo más que reducir la ingesta de cañas de cinco a tres por salida. Y es que la mítica marca de cava nacional (no diré español para no herir sensibilidades sensibleras), ésa que todos tienen en la mente y que año tras año nos regalaba por Navidad la sonrisa de algún famoso venido a menos, y que veía así engrosada su cartera sustanciosamente, a costa de unos españoles que apenas sabían chapurrear el inglés de Texas, esa marca, insisto, ha decidido repetir el mismo anuncio del año anterior.

Ellos, que han sido capaces de hacer duetos insobornables, como el de Miguel Bosé con Shirley MacLaine; o el más rocambolesco, si eso era posible después de lo dicho anteriormente, de Placido Domingo con Ana García Obregón, se han dejado llevar por la belleza plástica de las chicas de natación sincronizada, capitaneadas por la natural y especial belleza de la Mengual.

Pero no porque les afecte la crisis, qué va. Lo hacen por un compromiso ético con el duro momento que nos está tocando franquear. Cómo podríamos aceptar los televidentes el hecho de que se esté despilfarrando ese brebaje maravilloso, haciendo piscinas de dorada ambrosia para la rutilante estrella del momento, mientras en nuestra casa el día de Navidad tendremos que lidiar con unos langostinos con guarnición de hielo y su salsa mayonesa de los supermercados Aldi.

Eso está muy bien, qué loable, desde aquí bien que se podría proponer un aplauso ante tan valiosa gesta. Y, sin embargo, ¿por qué esta congoja que me abotarga? ¿Por qué esta necesidad de llorar que se me ha puesto en el pecho desde que supe la noticia? ¿Por qué me vi saliendo al balcón de mi casa anoche y les regué y colmé de atenciones malsonantes? Pues grito desde estas humildes ondas: ¡Traidores! ¡Farsantes! ¡Rompe Tradiciones!

Si no teníamos ya bastante con el vergonzoso mutis por el foro que hace unos años hizo el calvo de la lotería, ahora nos quitan el anuncio que era pistoletazo de salida para las compras masivas en las principales calles de nuestras ciudades.

¿Qué nos queda a los que creemos firmemente en tan señaladas fiestas? Si no podemos salir porque no podremos gastar, ¿cómo vamos a saber que es Navidad? Si no hay calvo, si no hay burbujas, si el soldado no volviera a casa por Navidad a comer el turrón de la madre, ¿cómo sabríamos a qué hora hay que comenzar a rellenar el pavo? ¿Tendríamos que ver el mensaje monárquico para saber por dónde va la cosa?

No tengan escrúpulos con los españolitos, sean patronal una vez más y acuchillen sin piedad, como en una película de Tarantino, los instintos más consumistas y las ilusiones más básicas de todo hijo de vecino. Ciérrennos las puertas en las narices y retomen de nuevo a las burbujitas sincronizadas, para que nos sepan aún peor los sucedáneos de caviar o la pantomima de ensalada de ahumados a la que vamos a resignarnos este año.

Mejor aún, señores del Cava: deberían reponer, puestos a destrozarnos la Navidad y a reventarnos las ilusiones, aquel anuncio que protagonizó el antivicio (ejem ejem) Don Jonson con ¡Norma Duval! Eso sí que es no tenerle miedo a nada. Manolete hubiera llorado emocionado ante tanto coraje exhibido.

Sólo me queda, mísero de mí, brindar con mi póster de la Mengual.

 

p.d. Leído en el programa Días de Radio, de Radio Candil, el 22 de Octubre de 2009.

 

LA VIDA SIGUE IGUAL

LA VIDA SIGUE IGUAL

 

Cuando uno se marcha de su país durante dos semanas con el simple deleite de desconectar de las cosas, piensa, en la mejor versión cinematográfica de sí mismo, que deja a su país en manos de la providencia y que, a su regreso, todo el curso natural que se hubiera dado de haber permanecido en él, se desmoronará y cambiará su fisonomía de manera similar a como lo hacía en La balsa de piedra de Saramago. Es algo exagerado, pero es que la cinematografía que cada cual se monta en su sesera es exagerada.

Me he pasado quince días sin saber nada de lo que ha ido aconteciendo por aquí en estos primeros días de octubre. Acaso me alcanzó a tantos kilómetros a conocer el dramatismo de los diferentes cataclismos que asolaron Asia, la exhibición impúdica y privada de los festejos por el 60 aniversario del nacimiento de la República Popular de China, cuyas consecuencias viví en una segunda fila privilegiada, y el desafío de la Academia Sueca al bochorno al concederle el Premio Nobel de la Paz a alguien que no lleva ni un año en el poder, ni ha retirado sus tropas de ningún país.

Me he desvinculado de los multiusos de Internet. En primer lugar por satisfacción personal y en segundo por la inaccesibilidad que el gobierno chino ha explayado en esos días tan importantes para ellos.

Y así, después de 22 horas de viaje, he regresado a mi casa, con los oídos taponados por culpa de una lluvia traicionera en Shanghai y la presión de los aviones a la hora de tomar tierra.

He dormido lo que mi cuerpo ha querido, que no ha sido mucho. Y me he puesto a buscar entre las noticias esos cambios deseados, imaginados, en espera de que alguien hubiera recuperado, al menos una persona, la sensatez y hubiéramos evolucionado algo, una noticia que mereciera la pena el regreso, la vuelta a la cotidianeidad y el trabajo.

Pero no, definitivamente no.

En España todo sigue igual. Las noticias parece que me han esperado, que han sido permisivas con mis vacaciones y han decidido dejar los sobresaltos para otra ocasión, quizá más invernal, porque este otoño está siendo de risa, climatológicamente hablando.

Quienes copan los titulares siguen siendo los mismos que cuando me fui, como si ellos mismos por sí mismos fueran el maná nutricional de este nuevo y hastiado antiperiodismo que nos quieren vender desde los medios de comunicación: el grupito del caso Gürtel y sus cansinos cruces de acusaciones; las peticiones de dimisiones y las exigencias de responsabilidades de unos y otros; la lesión de Cristiano Ronaldo, que acapara la indignación de unos memos entrañables, los periodistas deportivos, capaces de llamar a un lance del juego: la lesión más cara de la historia, eso se se dice ya; los abucheos a Zapatero; las lágrimas patriotas de los desconsolados por haber perdido otra oportunidad de ser especuladora y maravillosamente olímpicos; las cuentagotas de los detenidos por corrupciones inmobiliarias, aún ahora que se habla de la crisis del ladrillo; los irracionales que siguen sesgando las vidas de sus parejas; la poca vergüenza de Antena 3 que se ríe de las muertes de los afectados por la gripe A, inventándosela para sus alumnos de su nuevo programa Curso del 63; la academia de Cine, que al mando de un desconocido Álex de la Iglesia, mediocre director de cierto talento y hacedor de pastiches legendarios como Perdita Durango, Muertos de Risa y Crimen Ferpecto, decide de nuevo llevarse a los Óscares a Trueba, pasando por encima de Almodóvar.

Sólo desfallezco un poco ante la siempre triste noticia de la pérdida irreparable: en este caso, la de Mercedes Sosa y Miret Madalena y las críticas a la nueva película de Amenábar.

Pero reconforta saber que podría coger ahora mismo el petate y salir pitando de nuevo, perderme otras dos o tres semanas, que aquí seguirían los mismos disfrutando del reflejo de su imagen en el espejo de sus banalidades.

Es trágicamente hermoso saber todo esto.

 

p.d. Leído en el programa Días de Radio, el pasado 14 de octubre.