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RUA DOS ANJOS PRETOS

EL ESPAÑOL Y EL SILENCIO

EL ESPAÑOL Y EL SILENCIO

Pocas cosas hay que molesten más a un español que el silencio. Supera con creces a:

a) que le toque la lotería a nuestro vecino;

b) que le pidas amablemente que apague su cigarrillo en un lugar donde no está permitido fumar;

c) que llegue un domingo y no haya fútbol.

Es más, me atrevería a decir que muchos, ante la disyuntiva de elegir un silencio prolongado o un silenciador, se decantarían por esto último.

No tenemos sentimiento de pertenencia en cuanto al silencio, no es nuestro, es impuesto. Es algo que lleva a confundirse con la soledad, y la soledad es algo que se enterró con Don Luis de Góngora. En cuanto el ente humano perteneciente al subgrupo caucásico - español se reúne en más de dos unidades se dispara un chip en sus sentidos que le lleva a decretarle consejo de guerra al silencio. Da lo mismo donde se encuentre dicho corpúsculo: en un teatro, en una iglesia, en un museo, en una sala de espera de un hospital, en una visita guiada a un palacio real, en la cola del paro… Da igual: eso no es motivo para crear un ambiente de tensión que sólo sabemos solucionar con comentarios de lo más inapropiados. El español tiene que sonarse estruendosamente en mitad del aria de Violetta Valéry, tiene la necesidad perentoria de comentar que, te pongas donde te pongas, la Gioconda te mira directamente a los ojos; y le sale una vocecita interior que le obliga desde los más profundos miasmas del córtex a tocar cualquier mobiliario que el guía haya resaltado de una habitación. Por ejemplo, si el guía dice que la talla del lavamanos del dormitorio real es de alabastro, el español tocará dicho lavamanos para cerciorarse de lo dicho por el guía y comentará: es cierto, es alabastro, como si de un perito del alabastro se tratara.

Algunos pensarán que esto es una falta de respeto hacia los demás, pero el español sabe que el que eso piensa está en un error del que difícilmente vamos a poder sacarle con una explicación. Se necesitarían horas para que alguien comprendiera por qué un español no ve una falta de respeto el hecho de comentar con el de al lado lo mucho que llovió la semana pasada mientras esperan a que la enfermera salga a decir los nombres (como incomprensible sería explicar por qué a un español no le parece que está haciendo el ridículo cuando dice: ¡este jamón está de vicio! en el intervalo de un par de caladas).

El silencio es atávico, es telúrico, es Comala. El silencio es un soliloquio, es Segismundo en su celda, el papel que envuelve a la hamburguesa. Es el roce de las yemas con el libro al pasar la página, es la antesala que conduce a los pensamientos, al monólogo, a discutir con Hyde. Resulta, por tanto, preferible abordarle antes de que él nos ataque. Reconocerlo es debilitarnos, infravalorarnos. Reside en nosotros cual quiste, y los deseos por extirpárnoslo es algo por lo que no reparamos en gastos. Y nos duele sentirlo en cualquier situación por ficticia que sea. Por eso no nos gusta el cine europeo ni el asiático, acudimos en masa al de Hollywood donde un silencio es algo que cuesta demasiado dinero para sacarlo a escena. Por eso entre una entrada gratis al zoológico o al Reina Sofía aceptaríamos sin dudarlo la primera (aunque muchos de nosotros nunca la utilizáramos).

La última vez que me he topado con él, felizmente, fue en Vila Viçosa, un pueblecito acogedor del hermoso Alentejo portugués, en la cafetería de la pousada Dom Joao IV. Lo acogimos con los brazos abiertos, después del omnipresente y descontrolado barullo que siempre hay en la ciudad que resido. Fuimos dichosos escuchando los sonidos del té cayendo en la taza o de la cucharilla dando vueltas al café, de las burbujas del agua con gas expandiéndose sin nada que nos perturbara de esos sonidos peculiares, y tan extraños a unos pocos kilómetros. Afortunadamente para la estabilidad de mi cerebro, que ya estaba pidiendo los papeles de residencia, aparecieron un par de matrimonios pacenses con sus hijos y todo regresó a la normalidad, desterrando al inquisidor silencio a las oscuras costas de la laguna Estigia.

 

Canción del día: La Traviata, de Verdi (Escena V, Acto I)

p.d. Leído el 14 de septiembre de 2009

 

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