DESPUÉS CONQUISTARÉ BERLÍN
Yo estuve en el cosmódromo de Baikonur en junio del 63 durante unas vacaciones con mi abuelo, aristócrata húngaro invitado por los rusos al evento. Recuerdo mi alucinación ante objeto de tal tamaño, casi 5000 kilos de metal apuntando hacia la Luna, el tremendo ruido que hacen los cohetes antes de desaparecer, engullidos por las nubes. Vi despegar al Vostok 6 y a una nerviosa Valentina Tereskhova, cuya mirada era una de las más perdidas que yo me haya encontrado. Mi abuelo me dijo que estaba contrariada porque no la iban a dejar pilotarlo. Era guapa, se parecía a las fotos que la abuela tenía de joven.
Yo fui la luz para Ezer Weizman en 1967, cuando me vio jugando con una linterna en una cena en casa de mis padres. La familia sefardí de mi madre mantenía buenos contactos con los israelitas. Recuerdo que aquel hombre tomó la linterna, me besó la frente y me dijo que estuviera atento a la radio, que cuando oyera noticias de Israel mantuviera las orejas pegadas al aparato. Si escuchaba Operación Foco, me dijo, nosotros sabríamos que estaban hablando de este momento. Fue un conflicto breve, sólo fueron seis días, pero yo no me separé de mi linterna durante aquel periodo.
Yo estuve en Riad el 23 de Agosto de 1973 con el Rey Faisal y Anwar El Sadat. La guerra del Yom Kippur era inminente y los países árabes decidieron utilizar el petróleo como arma política. Mi presencia allí fue como mero testigo. Hacía mucho calor y todos los guardaespaldas de nuestra majestad llevábamos los pañuelos empapados en sudor. El acuerdo afectaba a mi país, así que desde mi posición de privilegio tuve la oportunidad de hablar en dos ocasiones con el monarca para que la contienda afectara lo menos posible a Francia.
Yo estuve en abril de 1994 en Ruanda, en un hotel de las afueras, invitado como ministro por el general Habyarimana. Vi su sangre, sus ojos sin vida, antes llenos de rencor y de buenas palabras; odiaba a los de su propia tez y adulaba a los de piel blanca. Huelga decir que no firmamos acuerdo alguno aquella vez, y que los Cascos Azules se precipitaron por sacarme de allí. Por eso cada vez que reviso Hotel Ruanda no evito caer en un mar de lágrimas: yo podría haber sido uno de ellos y ése podría haber sido mi panegírico.
Pero de entre todos los gloriosos días de mi vida que hoy recuerdo me quedaría con éste:
La mañana del 9 de noviembre de 1989 yo estaba en mi oficina de mi partido, Reagrapamiento por la República, en la calle de la Boétie. Las informaciones que llegaban de Berlín cada vez eran más esperanzadoras. Como estaba solo en casa, pues Marie-Dominique se hallaba en Córcega, llamé a Juppé y cogimos el coche para recorrer los 1057 kilómetros que había hasta la puerta de Brandeburgo. Llegamos molidos, pero al ver el entusiasmo general, la masa enfervorecida y con una mirada nueva y llena de luz nos dejamos llevar por la alegría. Quiso el azar que diéramos con un francés, François, con el que habíamos compartido algún mitin o evento y nos dejó alguno de los picos que había traído para la ocasión. Enfilamos hacia el punto de chequeo y nos unimos a las familias enteras que derribaban el cemento a golpe de lágrimas y gritos de años contenidos…
Pero me estaba preguntando usted quién era y qué he hecho hasta ahora. Podría decirle que toda mi vida se ha resumido en perseguir un sueño. Tengo un deseo de adolescencia: atacar naves en llamas más allá de Orión, ver Rayos C brillando en la oscuridad de la Puerta de Tannhäuser. Pero no le he dicho mi nombre. Me llamo Nicolas Sarkozy, Presidente de la República de Francia, copríncipe de Andorra y declarado europeísta. Seguramente, aunque no sepa con quién estoy casado en la actualidad, habrá deseado usted a mi esposa en algún momento de su vida.
p.d.Canción del día: Napoleon, Ani Difranco.
p.d. 2. Leído en el programa Días de Radio el 12 de Noviembre.
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