LOS DISCURSOS DE LA MEMORIA
Los discursos de la memoria.
En ocasiones, nos hablan de oasis, en otras de desiertos. Puede que haya guirnaldas en un especial recuerdo, o que se haya intentado borrar con saña y con tinta azul, como cuando tachamos una palabra con el boli hasta quebrar el papel que la sostiene.
Hace unos días tropecé por una casualidad con mi agenda de 2004, sobria y negra. Estaba arrumbada en una caja de libros y cuadernos. Estaba buscando un verso y encontré doce meses, todo un año. No siempre tiene uno la oportunidad de revivir un año, de volver a repasarlo. De ahí la extraña felicidad que me invadió.
El tiempo, ese monstruo que nos domeña y nos ridiculiza, nos convierte en rebaño, en pasto de la incertidumbre. Cuando ha de venir lo esperamos ansiosos o atemorizados, mas siempre expectantes. Es una cosa ridícula, pero gobierna nuestras vidas. Y luego cuando se nos cruza, cuando se hace pasado y certidumbre, deja unas finas hebras como de azafrán. Se convierte en recuerdo, feliz o triste, especial. Para que sea recuerdo tendrá que tener algo de extraordinario, sin duda. Y la esencia de él es lo que realmente nos importa. Podremos ponerle falda roja a la chica del banco aquél que nos besó por vez primera en el 88 cuando la llevaba verde, podremos ponerle esencia de vainilla al mismo beso cuando era de cebolla, podremos ser Quijote o Sancho al describirlo, pero es la esencia de éste la que dejará una huella digital en nuestro cerebro durante un periodo bastante extenso, que puede durarnos, en ocasiones, una vida.
Y luego está la agenda. En ella hay fechas, anécdotas y momentos que un día fueron cruciales para ti. Marcados en rojo o con un rotulador de punta gruesa. Rodeados insistentemente esos datos para no olvidarlos con tu memoria quebradiza. Luego pasaron, y ahora, seis años después, los miras ajeno, totalmente ajeno en muchos casos. Están ahí puestos desafiándote, recordándote que tú viviste esa vida, que tan de otro te parece ahora. Les pones fecha cierta y ubicación correcta a esos datos, los vuelves a almacenar correctamente.
Pero de otros nada sabes. Te asegura tu agenda que has leído libros de los que nada podrías decir, porque pasaron por tu vida fugazmente y poco te impregnaron, como Señales de la nueva poesía argentina, de variado autor o Maigret va a la escuela de Georges Simenon. Y ahora no estás seguro de eso. Menos mal que reconoces tu letra y sabes que a ti mismo casi nunca te mientes, al menos en esos aspectos.
No has olvidado, por ejemplo, que estuviste cenando en Madrid con tus amigos: Antonio, Xurxo, José Manuel… pero te hubiera sido imposible hasta ahora ubicarlo en un 10 de enero, no recuerdas el frío invierno en aquel encuentro tan cálido y que, ahora lo sabes, no más habrá de repetirse. Que estuve en la playa un 8 de enero, lo que no es impensable en Murcia, pero de ese momento nada me ha quedado, a pesar de disfrutar de otros amigos y andar de la mano de la mujer que hoy me sustenta. Que enterramos a la buena de Eulalia un 15 de enero, mujer muy importante en mi infancia y una de las mejores cocineras que he conocido. Que el 25 tuve clase con Cánovas, un alumno. ¿O alumna? No le pongo cara, así que no puedo saber si me pagó lo que me debía. Afortunadamente, por lo que leo, a primeros de febrero saldó su deuda. Que comencé mis clases con Viqui un 29 de febrero, era domingo y a ésta sí le pongo rostro: buena alumna, al menos escuchaba y hacía preguntas. Que me quitaron la férula del esguince un 18 de marzo, un día antes de la boda de mi primo, que vi La Bicicleta de Pekín un 23 de marzo, y un 7 de abril Condenado, de las que nada podría decir, aunque de la primera tengo ahora vagas imágenes. Y así 12 meses, tan condensados. Tantas cosas olvidadas que han regresado, tantas otras que por más que las leamos no sabemos de ellas.
Luego diremos que una vida no es suficiente. Es suficiente, pero, probablemente, en nuestro último minuto, no logremos recordarlo.
Canción del día: Desordenada habitación, de Nacha Pop.
p.d. leído el 1 de diciembre en Radio Candil.
0 comentarios