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RUA DOS ANJOS PRETOS

MADRID-BUENOS AIRES

MADRID-BUENOS AIRES

Madrid se ha convertido en una ciudad de paso, en una excusa para tomar el metro o un taxi hasta Barajas, dependiendo de las correspondencias que uno haga hasta llegar a la puerta que le transportará a unas merecidas vacaciones. Se podría decir que, al cabo del año, veo más a las dependientas que sirven en el Rodilla de la estación de autobuses de Méndez Álvaro que a personas de mi misma familia. Pocas veces hay tiempo para más, para recibir el trasiego de una ciudad imperecedera y que ha sabido regenerarse en los últimos 20 años. A pesar de los políticos y sus obras, empeñados en convertirla en una ciudad del futuro para asegurarse al máximo el suyo, su futuro digo.

La semana pasada tuve tiempo para recrearme y respirarla, aunque estoy seguro de que el señor Torreiglesias, desde su famosa amabilidad, me reprendería por decir que respiro Madrid. Supe de los amigos y de sus proyectos futuros: algunos vienen en forma de disco y en forma de gira; otros vienen felices de la mano de la fusión de la gaita gallega con la samba brasileña; otros en forma de niña con chupete.

Pero, incluso en la felicidad del reencuentro, no he podido dejar Madrid sin que me asaltara esa duda y esa extraña sensación que me aparece en esa ciudad si la piso más de seis horas. Y es la de que Madrid está siendo asaltada calculadora y metódicamente por argentinos dispuestos a arrebatarnos el Retiro, Cibeles o el Reina Sofía en nuestras propias narices. Lo que no han conseguido los políticos con sus excavadoras, sus soterramientos y sus ruidos, hacer que odie la ciudad, lo van a conseguir los argentinos.

Y no me estoy refiriendo a los restaurantes, a los que sistemáticamente acudo, puesto que parece que en Madrid no hay carne que no sea argentina, a precios de galácticos. No. Me refiero a los argentinos, tan enamorados de Madrid que han venido a refugiarse aquí, como si en su postadolescencia quisieran regresar al útero o a la vaina de la semilla. No tengo nada en contra de ellos, pero me satura su zalamero acento cantarín, que se te va metiendo en las entrañas hasta llegar a lo más alto del bife, hasta que terminas imitándolos y queriendo ser Gardel.

Hay argentinos en las cajas de la FNAC, tocando su bandoneón en la línea 4 del Metro que lleva a Príncipe de Vergara o a Goya, comprando oro en la calle Carretas, buscando clientes en la calle Montera, haciéndose fotos con Spiderman en la Plaza Mayor, invitándote a copas en la zona de Huertas, preguntándote por el reloj de la Plaza del Sol en la plaza del Sol…

Su acento se te ve incrustando a cada minuto y terminás mirando una estatua de Quevedo y recitando a Borges, volvés atrás la mirada para apreciar un detalle del Bosco o de Fra Angelico y escuchás a Cortázar, llevás cuidado con un pelotudo paso de cebra recién pintado y pensás en Diego Armando…

Todo se te vuelve tango en Madrid si pasas más de 24 horas en la que antaño fuera castiza ciudad. Dicen que incluso en la Mallorquina han retirado sus famosas torrijas para vender panqueques de dulce de leche, por los que tanto sufriera Mafalda.

Fíjense ustedes hasta dónde puede llegar el desajuste emocional de tan acentuada experiencia que, un poco exhausto de tan iterativa serenata, me refugié en el Nuevo Teatro Alcalá el sábado por la tarde para meterme directamente en vena un chute de pasión francesa y escuchar durante dos horas un musical dedicado a Edith Piaf, la voz más francesa que ustedes se puedan imaginar.

Sé que fue producto de mi imaginación, que fue una alucinación, pero escuché en un armonioso lunfardo darme la bienvenida al espectáculo al chico que recogía las entradas, vi en el programa artístico que el señor que tocaba el acordeón se apellidaba Abramovici y era bonaerense y el que nos recordó que apagáramos los móviles porque en breve daría comienzo la función se expresaba como Fito Páez. Tú con tus películas, Ángel me dije y no di más importancia…Pero cuando escuché a la Piaf, al eterno gorrión enlutado decir en un nítido y arrabalero lunfardo ¡andá a cagar! no pude contener el llanto y salí corriendo a llamar al Samur para que me llevara lo más urgente posible al hospital mental más cercano.

 

Canción del día: Edith Piaf, La Foule

 

p.d. Leído en “Dias de Radio” el 20 de Abril.

 

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