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RUA DOS ANJOS PRETOS

EL DÍA EN QUE MURIÓ UN PAÍS

EL DÍA EN QUE MURIÓ UN PAÍS

Nunca lo hubiera imaginado, pero los países también mueren, aunque sea en los ideales y en la conciencia de uno.  Hay muchos que mueren de hambre, pero a esos ya los teníamos olvidados hace tanto que somos incapaces de ubicarlos en los mapas.

A mí el país que se me ha muerto es un periódico.

Todo empezó con una llamada. Eran los de EL PAÍS para comunicarme que en unos días iban a publicar mi foto en su Revista de Agosto, donde se habían imaginado un pequeño concurso anecdótico que servía como excusa para que nosotros, sus lectores, participáramos con nuestras ilusiones.  Se pueden imaginar hasta qué punto me subió la adrenalina aquel día. A mi pequeña le dije cuando sonó el teléfono, medio en broma: Cógelo, que son los de EL PAÍS.

Se tuvo la GRAN DESFACHATEZ de pedirme hasta los datos. El joven aprendiz de Camba me confesó que hasta el texto les había impresionado. Yo di las gracias hasta la extenuación. Supe que no era una broma o una patraña porque no se lo había comentado a nadie, si exceptuamos a mi pequeña debilidad.

Desde entonces, me buscaba entre sus páginas. Pero no acertaba a reconocerme en sus imágenes. A medida que la desilusión iba enmarcándose en cada una de las habitaciones de mi casa, veía como aquello se iba convirtiendo en una zafiedad para el vulgo. Las fotos eran las típicas de las vacaciones. La gente daba envidia, como pedían en la redacción. EL PAÍS daba pena, como también exigían. Desfilaron primeros planos de vasos de plástico y gaviotas de L. A.; menores mostrando sus bragas; imágenes distorsionadas y borrosas llevadas al término de arte contemporáneo; gente dentro o fuera del agua, consumiendo alcohol; las típicas fotos de tus pies delante del mar. Pero ninguna señal de mi ropa tendida.

Por una vez pensé que me habían tomado el pelo. Pensé que EL PAÍS prefería que un tonto lector comprara durante todo un mes su publicidad a costa de lo que fuera. Para apagar mi curiosidad, a finales de agosto, mandé un e-mail preguntando las razones y los motivos por los que no se publicaba mi fotografía. Les pedí que me contestara en los siguientes términos: “Me gustaría que me expresaran los motivos del cambio de esa decisión y que si, finalmente, han decidido no publicarla tengan la dignidad de decírmelo, aunque sea vía e-mail”. Evidentemente, a día de hoy nadie me ha contestado nada y HAN AGOTADO, DEFINITIVAMENTE, EL POCO CRÉDITO QUE LES QUEDABA (al menos, para mí).

Pensé en las tardes tomando café en Zalakaín o en Drexco mientras esperaba que la vida pasara con sus grandes anécdotas y sus pequeños acontecimientos. Pensé en Quino, en Maitena, en Mambrino, en Javier Marías y me fui despidiendo de cada uno de ellos. Ha sido más de media vida acompañándome, media vida dándome lecciones. Hoy me han dado la última. De cualquier otro me lo hubiera esperado. De ellos, no. EL PAÍS no se puede hacer una idea de lo que lamento que vayan a perder a un lector.

Ya están las bolsas llenas con los periódicos atrasados en la puerta de la casa, esperando a ser llevadas al contenedor. Ya he quitado de la puerta del frigorífico la lista de películas sabáticas que entregaban. Sólo queda cerrar la puerta y tirar la llave. Como en toda relación larga, siempre hay uno que pierde más que el otro, siempre hay uno que no sabrá por qué. Ahora me ha tocado a mí. Y poco más se puede hacer, sino llorar la pérdida y mirar hacia delante.

Miré los muros de la patria mía, amigo Francisco, y lo que vi fue un engaño. Pues ya lo dejé dicho en otra ocasión: Mirar atrás es un ejercicio desolador.

ANEXO:

Como anexo les dejo la foto Ropa Tendida, realizada en Évoramonte, un pueblecito del Alentejo portugués y el texto que supuestamente la acompañaría:

"Fue tomada el 25 de junio de este año, a mediodía, buscábamos un lugar para comer, pero el pueblo apenas tiene dos o tres restaurantes y una tienda de souvenir. ¿El por qué de la foto? No sabría decir muy bien cuál fue. Digamos que fue la situación. Estaba el camino - ya salíamos del pueblo, ya nos marchábamos – y un perro que lo custodiaba. Nadie más vimos en el pueblo, si exceptuamos a la gente que había en la recepción del castillo y el dueño de la tienda. Pero aquella ropa tendida era el signo de una vida de la que ya nos estamos olvidando los que vivimos en la ciudad. Una vida donde la gente deja la ropa tendida en el camino y no se preocupa porque la gente merodea por los alrededores, ni sale a comprobar por qué ladra el perro. Eso da una idea de que el tiempo en Évoramonte no transcurre como en el resto de los lugares que he conocido. El fondo del castillo, construido sobre la antigua alcazaba árabe, era casi inevitable: preside prácticamente cualquier perspectiva de Évoramonte. En él en 1836 (26 de mayo) se firmó la paz entre los liberales y los legitimistas. Dice la leyenda que al prolongarse tanto las negociaciones, se quedaron sin provisiones para comer, y se las ingeniaron con los ingredientes que tenían, lo que dio paso a la famosa açorda alentejana."

4 comentarios

Lizard -

Tu delicado concepto de la fotografía, tu siempre anecdótica, siempre incisiva, siempre tierna prosa...¿realmente leías EL PAIS con esa deboción? Supongo que la relación la habías roto mucho tiempo antes cuando...

Tom Cruise -

Sólo era una campaña de marketing veraniego. Escogen a varios incautos a dedo de la guía telefónica, se les dice que les van a publicar una foto y claro; a comprar periódicos para ver cuándo sale... Picaste

P.D: Yo esperaba una entrada en tu blog llena de sangre y vísceras.

el detective amaestrado -

Pues vaya, la foto es preciosa, el texto, aún más. Los lectores de EL PAIS irredentos, como tú, lamentamos no haberlo visto publicado en sus páginas, y perder a un compañero de viaje de tu altura...

maestropiero -

Han tocado tu punto debil y no sabian lo que hacian.