DEPORTES DE RIESGO: UNA BODA PORTUGUESA ESTIVAL (LEITONING)
A la gente le gusta el riesgo. Y hace ciertos deportes por eso.
Se tiran por un puente; se lanzan río abajo en cayucos personalizados y de calidad contrastada; se suben a una especie de tabla de planchar para gobernar las olas; experimentan la sensación del vértigo con la ayuda de un paracaídas desde rascacielos de nombre impronunciable; van a comer a casa de los suegros o piden tortilla con ensaladilla en un chiringuito.
Lo que sea por una sensación fuerte que le podamos contar a los amigos. Y decir: estaba cagado, no volvería a hacerlo ni por acostarme con la Jolie y encima me han clavado una pasta… ¡Pero mira qué fotos! Para darle enjundia le ponen nombres rarísimos como rafting, jumping, hidrospeed. O los nacionalizamos, que es peor, porque acojona el doble. Mi favorito: barranquismo. No creo que sea necesario añadir nada más. Normalmente, se practican durante el verano y es necesario llevar neopreno.
Desde la Rua proponemos un deporte de riesgo de verdad, de los de toda la vida y casi igual de caro. Intenten practicarlo el verano siguiente. Prográmenselo con antelación, porque es difícil si no se tienen los materiales recomendados. Se trata de asistir en calidad de INVITADO a una BODA PORTUGUESA en AGOSTO. Se aconseja ir con fato para los hombres y con seda para las mujeres. Y, por supuesto, haberse hecho un chequeo con anterioridad, porque desde ya les digo que SU COLESTEROL NUNCA VOLVERÁ A SER EL MISMO.
Levántese a las ocho. Vístase para estar preparado antes de las diez de la mañana. Irá a una pre-ceremonia, donde lo más liviano para comer serán los pistachos y el buey de mar. Después asistirá a un padre hablando de la vida y persignándose en una lengua que no le será del todo ajena, pero aproveche para mirar modelitos o apagar el móvil, que no le hará falta para nada, pero que usted llevará por cierta psicosis a no parecer anticuado. Recuerde: está en un país ajeno y en una boda. Realmente, nadie quiere hablar con usted.
Con el esfuerzo de tirar arroz a los novios verá que los efectos del leitao (lechón, para entendernos) que se ha comido a las once son patentes. Haga fotos para preguntar después quién era cada uno. Y no se ralentice demasiado, que hay que ir a la Quinta, que es donde empieza el banquete. Unos aperitivos le recibirán a la puerta. Ensalada de garbanzos con bacalao, que no hay que pasarse. Después vendrá el menú tradicional. Y un whisky, para relajar la lengua y chapurrear obrigado.
El menú lo deja a uno trastocado. El camarero, con cierta sorna, le pregunta si quiere repetir. Como ha de quedar bien con la familia dirá que bueno. No hay tarta nupcial, sino barra libre que dura lo que dura un partido. La gente descansa: da paseos por la quinta, las mujeres hablan, los hombres juegan a las cartas y al fútbol. Los hombres beben, las mujeres fuman. Los niños corren y se matan. Las madres comentan la jugada. Cuando crees que todo es una excusa para disfrutar algo más de la familia, ves reaparecer a los camareros, que disponen la sobremesa para el atardecer. Algo para picar, que dirían los posmodernos. Regresa con más fuerza que nunca el leitao. Ahora sí que es su momento. Tu estómago te advierte que aún no ha hecho la digestión del sorbete ni la ensalada de garbanzos, pero la familia te observa y engulles. Callas y otorgas. Tiempo tendrás después para la bacanal de la fruta y los dulces. Champaña, tarta nupcial y a bailar. Cuando te vienes a dar cuenta son las cuatro de la mañana y todo termina. Llevas dieciséis horas de boda y te acuestas pensando que todo ha terminado.
Pero alguien te toca en el brazo. Te dice que son las diez y que hay que desayunar, que hasta la una no vais a comer, porque los padres de la novia dan un mini-banquete a los invitados.
Y te pones de nuevo el neopreno. Llamas a tu jefe y le dirás que por lo menos hasta el miércoles no podrás ir a trabajar. La cremallera del neopreno se rompe por nueve lugares diferentes.
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