PROBLEMAS AL BAÑO MARÍA
Desde niño hemos oído hablar del Baño María. Nunca he sabido hacerlo. Y cada vez que una receta salía por ahí y me gustaba y la apuntaba o la arrancaba de alguna publicación, topaba con el Baño de la tal María (se dice que era una posible hermana de Moisés) y lo dejaba para otro día y me preparaba unos huevos revueltos, que es lo que mejor se me da. Nunca le pregunté a mi abuela, ni a mis tías, excelentes cocineras. Nunca saqué el tema en una comida. Eso de preguntar por cómo se hacía el Baño María en casa me parecía de nenazas.
Y hete aquí que ayer me metí en la enciclopedia de la red y descubrí que era algo tan sencillo. Lo hice porque quería preparar un batido de plátano con chocolate y porque ya iba siendo hora de aprender esos menesteres. El Baño María. Qué simple. Hice que un chocolate se fundiera en él y me encantó. Lentamente, el cacao iba convirtiéndose en un todo, fundiéndose. Pero muy lentamente, lo que no dejaba de sorprenderme. Era lento, como si el Baño María no fuera algo que estuviera a merced del tiempo. Vi las cocinas de nuestras abuelas y el tiempo que se enraizaban en ellas para hacer aquellos potes.
No estaría de más que los israelíes, los libaneses y otros muchos se sentaran y pusieran sus problemas al Baño María, que los dejaran remover lentamente, pero sabiendo que, aunque tarde, todos sus problemas se disolverían y pasarían de ser problemas individuales, indivisibles y, por ello, beligerantes, a ser problemas de toda la colectividad.
Y, de paso, me pregunto por qué los dioses no conocieron el Baño María, para que pudieran haberse tomado su tiempo en crearnos, en hacer que aprendiéramos a tomarnos nuestro tiempo, a no creernos sus semejantes.
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