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RUA DOS ANJOS PRETOS

LAS BANDERAS Y EL CORO

LAS BANDERAS Y EL CORO

Ayer era festivo en mi comunidad, porque era su día. Como suele suceder en cualquier día de asueto extra, a tus vecinos les da por darle golpes a todo lo que pillan con la excusa de que practican el hermoso arte del bricolaje, despertándote a las diez de la mañana, lo que siempre es de agradecer. La gente está como loca por descansar de su trabajo para ponerse a dar martillazos en su casa, lo que es curioso. Si lo que quieres es descansar en casa, ¿por qué no te dedicas a confeccionar ceniceros con latas de refrescos recicladas o a hacer punto de cruz para ornamentar las tertulias de los centros de la tercera edad?

Pero volvamos al punto de lo del día de nuestra-vuestra Comunidad. Como recordarán, alguna vez he expuesto aquí la teoría de que si algo necesita un DÍA DE para que hablemos de él es que tienes un problema gordo, porque, al menos una vez anualmente, tienen que venir a recordártelo. Algo así como lo que hacen los programas del corazón con las viejas glorias como el Padre Apeles o Paco Porras, que los sacan aleatoriamente para que en 3 minutos nos acordemos de por qué aborrecimos a esos personajes.

Yo nunca he estado a favor de ciertas exaltaciones del terruño, porque los peores derramamientos de sangre de la historia se han hecho escudados en la exaltación del terruño y en ondear banderas y, además, uno no elige dónde quiere nacer. Si nos dieran a elegir dónde hacerlo... Bueno, supongo que habría superpoblación en las Islas Seychelles o barbaridades de ese tipo. Cuántos de nosotros no hubiéramos escogido como destino natal Río de Janeiro, pensando en esos revolcones en sus idílicas playas con jóvenes bronceados. O Dinamarca, por ser el país que mejor distribuye sus riquezas entre sus pobladores. Particularmente, creo que hubiera elegido la Toscana y no me gusta ni un ápice la mayoría de italianos que he conocido.

Deberíamos siempre resaltar nuestras concomitancias y no nuestras diferencias. Esto, de tanta perogrullada, ya cansa y se convierte en dicho cursi. Pero también es cierto que conviene recordar las cosas, pues tenemos una tendencia exagerada a olvidarnos de lo que causa incomodo y provoca esfuerzos. Cuando escucho a los andaluces, murcianos, catalanes, extremeños hablando de que su ciudad es lo más bonito del mundo me echo a temblar, sinceramente, porque el amor excesivo conduce indefectiblemente al conflicto y al "grito pelao".

Y desde aquí un consejo para advenedizos: si vienen por Extremadura, no comenten nunca que lo más bonito de localidades como Badajoz, Valencia de Alcántara o Alburquerque, sin ir más lejos, es su proximidad a Portugal, porque estarán fritos. No hay un miedo mayor para los de la Raya que los comparen con los portugueses, y jamás entenderé ese supuesto agravio.

Llevo casi seis años en esta tierra y todavía no he visto nada en Extremadura que me desagrade, a excepción de los bocazas, pero éstos son legión internacional y, simplemente, los aparto del plato y me como la carne. He disfrutado de veladas y jornadas maravillosas pateando Guadalupe, Plasencia, Alcántara, Trujillo... Me he deleitado llevando a viajeros ocasionales y amigos por las calles de Mérida, Cáceres y Badajoz, descubriendo con ellos también rincones para mí entonces inhóspitos o desconocidos... Quedarán estas ciudades impregnadas en mí como tantas otras, como mi ciudad natal también.

Pero no me pidan que enarbole banderas, como tampoco me pidan que forme parte del coro de la Iglesia. Las banderas, como las conversaciones privadas con el dios de cada uno, están en el interior. Cuando oigamos a alguien exagerar las maravillas de su terruño, agitemos la cabeza en señal de aprobación, dejémosle que chille lo que quiera, abstraigámonos y regresemos a los interiores insólitos que de nuestra ciudad amada llevamos cada uno en nuestra memoria. Verán, como irremediablemente, nos sale una sonrisa de condescendencia con nuestro improvisado interlocutor y, sin dejar de sonreír, le diremos que sí, que tiene razón en todo, que su terruño es lo más, mientras en nuestro pensamiento vamos dejando atrás la calle Pósito, seguimos atravesando Almanzor para subir hasta la Alcazaba, por ejemplo, y contemplamos una vez más el puerto, el barco de las 16.30, partiendo hacia Melilla.

 

Canción del día: My City of Ruins, Bruce Springsteen

p.d. Leído en Días de Radio, el 9 de septiembre de 2010

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