Blogia
RUA DOS ANJOS PRETOS

EL REGRESO DEL TURISTA

Ahora que tengo unos días de asueto venidos del más allá, los de esta rua hemos pensado aprovecharlos para ir a aquellos lugares en los que ya estuvimos cuando éramos casi unos niños y empezaban los demás a tenernos por adultos.

Es curioso como uno no piensa en los viajes de estudios. Se deja llevar y punto. Ríe con los demás y de los demás. A veces se pregunta, algo extrañado. Pero, por lo general, tiene que esperar unos años para comprender que aquello más que un viaje de estudios era una oportunidad para conocer la grandeza de aquel imperio que unos tuvieron y dejaron escapar; y otros desearon tener y, como sabían que no podían, masacraron impunemente con la excusa de ejercer un poder antidemocrático.

Me pregunté entonces por qué nos llevaron a ver tumbas y letrinas de reyes y de dictadores; por qué había una puerta enrejada para llegar a la tumba del soldado desconocido (si mi memoria no se distorsiona); por qué vimos teléfonos famosos en alcázares que se convirtieron en símbolos y mitos obsoletos.

Era, quizá, por decirlo de manera correcta, algo fachita mi antiguo director de colegio. Empecé a comprender entonces por qué rezábamos a la hora del Ángelus todos los días del colegio y por qué en mayo cantábamos con flores a maría, que madre nuestra es. Y por qué te pegaban si intentabas escaquearte. Sí, han leído bien. Te pegaban. Cachetes, que es como decir escarmientos. Y nadie iba corriendo al colegio a saltarle la tapa de los sesos en nombre de los ampa y la madre que los parió. Nadie. Y eso que en mi colegio había gente marginal. Un kilo de marginalidad por pupitre cuadrado casi.

Hoy, cuando veo que a muchos, cada vez más, se le engola la voz al recordar la magna obra de Juan de Ávalos no puedo dejar de recordar lo estúpido que me pareció entonces toda aquella fastuosidad gratuita, cómo se emocionaban algunos profesores al recordarnos que aquello se hizo con el esfuerzo y la vida de muchos condenados, enemigos confesos de España.

¿Cómo veré, veinte años después, aquellos monumentos que me enseñaron tanto a descreer de lo que decían los maestros, los mayores?

¿Con qué ojos?

0 comentarios