EL OTRO MACROBOTELLON
Qué pena que los jóvenes no se hayan dado cuenta de su potencial, como pasa en Francia. Cogen un móvil, se mandan un mensaje estúpido para concentrarse a la hora de beber y ponen en jaque todo el sistema policial y gubernativo del país, y todos los medios de comunicación se giran hacia ellos y son el puto centro de atención. Y eso no lo saben explotar en su beneficio, sólo para quejarse de lo que los maltratan las autoridades porque no les dejan ingerir alcohol a sus anchas. Qué lástima que no comprendan nada. ¿De qué serían capaces si tuvieran algo de interés?
Pero poco se habla del otro macrobotellón, de aquéllos que se reúnen al otro lado de la orilla, sin alcohol y sin nada; sin papeles, sin saber incluso dónde están y por dónde tienen que ir, comprando GPS de segunda mano al doble de lo que se adquiere en El Corte Inglés uno nuevo durante la Semana Fantástica, viajando de noche en barquitas de pescadores que hablarían del Barco de Chanquete como de un Parador en mitad del océano. Pero, como nuestros jóvenes (lo gritan ellos a los cuatro vientos, no yo) están muy borrachos: ebrios de ilusiones y de corazones rotos, que huyen de un país que no ha sabido ni ha querido corresponderles, que no han sabido qué hacer con ellos. Es desolador no reconocerte en tu propia tierra, entender que tus raíces nunca van a rodearte. Y tener que salir corriendo del lugar que quieres.
Poco interesan las oleadas de emigrantes subsaharianos que están llegando a nuestras costas últimamente. Es un simple apunte de relleno en el noticiario antes de los fulgurantes e increíbles tiempos de Fernando Alonso, o del último susto de Beckham en los entrenamientos. Que el campeón español consigue sacarle casi dos segundos en Malasia por vuelta a Fisichella es un dato que nos hace soltar la emoción, madrugar o acostarnos a las tantas, mucho más que el otro viaje, la otra vuelta rápida del día, o de la noche, un cacuyo que surca a pocos nudos los miedos y las sombras de lo desconocido, todo por llegar a la meta, esa Europa angosta que cada día más se desmadeja y donde cotizan al alza, como si de un IBEX 35 se tratara, los viejos fantasmas y las crudas rencillas, el presidente bielorruso dando el último adiós al Carnicero Milosevic, Zaplana abriendo la boca, disfrazado de persona, Villepin firmando despidos.
En poco menos de dos semanas han arribado 843 subsaharianos a nuestras islas. Podrían haber sido más, pero 69 fallecieron en el intento. Y se cree que casi medio millón esperan en Nuadibú, en los improvisados boxes de la playa, con la puesta a punto de las motoras, cuyo precio se incrementa como aquí el del aceite, porque sí, y que ascienden a los dos mil euros. Nuadibú es el nuevo puerto, de donde las ilusiones salen, pero también el muelle donde los desangelados que han fracasado cuentan los minutos de trabajo que les falta para escapar, al menos intentarlo por segunda o tercera vez. Que se sepa, hasta la fecha, los que te financian estas exclusivas agencias de viajes son tan mafiosos como algunos directores de equipo o como algunos editores y no devuelven el dinero si no quedas satisfecho y eres deportado.
Y mientras que éstos se juegan el tipo todos los días por alcanzar una digna libertad, cuyo cúlmen podría representarse con una cerveza en una terraza de una playa española, haciendo como que se olvidan de que todos le miran su piel y que aspiran más fuerte de lo habitual para poner cara de asco al percibir el olor a negro y tener algo con lo que criticar un poquito más y quejarse de lo crudo que esta el país, nuestros jóvenes se dejan el tipo bebiendo y destrozándose la garganta y el hígado, exigiendo que, ya que nunca serán Fernando Alonso o Fernando Torres (ésos sí que son curros con futuro), les dejen apagar sus penas en la calle, porque el alcohol en los bares está tan caro que no es plan, que te sale por un pastón el finde y así no hay manera de pagar el Mini. Y luego nos miramos el ombligo con gusto, nos decimos ante el espejo lo guays que somos y nos hacemos una paja a nuestra salud. ¡Faltaría más, joder !
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