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RUA DOS ANJOS PRETOS

FELICIDADES MAMA

Yo tenía 8 recién cumplidos como el que dice. El 23 de Febrero de 1981 fue un día completamente surrealista en mi casa, que no era nuestra, sino de alquiler. Y fue por mi culpa. Residíamos en La Roda de Albacete y todo seguía su curso lógico hasta que salimos del colegio. Como era lo habitual (porque por entonces era normal que los niños salieran a jugar a la calle, donde nos daba por deconstruir los juegos de siempre y hacer nuestras variaciones, una suerte de nouvelle cuisine de los juegos de siempre), fuimos a jugar con la pelota en el gran paseo que hay (todavía está, hay muy pocas cosas que hayan cambiado significativamente) y que llevaba al parque. Allí, con esa izquierda que dios me ha dado, la pelota se fue a la calle y fui atropellado por una bicicleta, que no vi, porque no miré, la verdad. No hubiera pasado nada si su pedal no hubiera impactado en mi tibia, fracturándola.

Siempre recordaré a mi madre medio despeinada, asustada, y con aquella bata en medio del parque preguntándome como estaba, quién habia sido. Las siguientes horas fueron un ir y venir de médicos y luego me entablillaron hasta la ingle y me dejaron paralizado.

Y al llegar a casa, nos encontramos todo el pastel. Qué panorama. Mi padre, trabajando a unas decenas de kilómetros, en una estación que estaba apartada de toda civilización. Mi madre, sola con dos niños, el mayor con la pierna escayolada. Y en la televisión, los tanques familiarizandose con las calles, pues, por lo visto, iban a quedarse durante un tiempo.

Fue un día duro. Mi madre guardó las apariencias y los nervios en todo momento, como siempre suele reaccionar ella en las situaciones difíciles. Era su cumpleaños, además. Pero no hubo celebraciones. Al menos, no las recuerdo.

Cuando llego mi hora de ir a acostarme, fue un desastre. Mis primeras horas escayolado. Lloraba por las incomodidades y no conciliaba el sueño, daba vueltas y vueltas buscando la postura menos incómoda. Así que mi madre optó por devolverme al sofa, con la pierna apoyada en el viejo puf, donde ella guardaba sus enseres de costura. Y también las piezas que se iba encontrando por debajo de los sillones del tente, y que nosotros ignorábamos que siguieran vivas. Pude ver en directo los momentos más tensos por los que los españoles pasaron aquel día. La desinformación apagada con películas estúpidas. Yo me lo pasé en grande, porque recuerdo con cariño una de Bob Hope, donde él se embarcaba con los piratas más perversos del océano y me reía mucho, lo que mitigaba el dolor de mi pierna y, quiza también, la incertidumbre de mi madre.

Por fin, salió Don Juan Carlos ataviado con su uniforme de militar. Hablaba como Capitan General de las Fuerzas Armadas y no como monarca. Creo que ese uniforme era toda una declaración de intenciones, un símbolo. Después del discurso, vino la mítica frase de mi madre, que tantas veces he utilizado : Ya podemos acostarnos. Era excesivamente tarde. El peligro había pasado. Quedó tan claro que hasta una ama de casa, con estudios básicos como ella, supo comprenderlo. Y eso hicimos, acostarnos.

Hoy se cumplen las bodas de plata de aquel esperpento. Creo que ese día, aunque se niegue, más de uno perdió los nervios y se lo hizo encima. Imagino que se quemarían infinidad de documentos y muchas cosas, que una sombra negra nos empantanó los corazones y los recuerdos. Era además el cumpleaños de mi madre, una curiosa forma de recordarlo.

Esto que escribo hoy no sólo es un homenaje para ella, mi maravillosa madre, una forma curiosa de felicitarle el cumpleaños, de decirle lo que nunca me atrevo a decirle en directo : el amor que siento por ella, casi infinito. Que sirva también de homenaje para todas las madres españolas que tuvieron que pasar solas ese día, sin saber nada de sus maridos, guardando la compostura, la sonrisa y el cariño delante de sus hijos. Mucho mejor que lo hicieron nuestros representantes entonces en el congreso, cuando a casi todos se les vió el culo.

Felicidades, mamá.

 

1 comentario

maestropiero -

entrañable querido.