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RUA DOS ANJOS PRETOS

LA RAZON PRODUCE MONSTRUOS

Dentro de poco, viendo el giro que están tomando las cosas, el que tenga un pequeño Bart Simpson en casa podrá darse con un canto en los dientes y sentirse el padre más afortunado del mundo. Es un amor, dirán los padres, me llama por mi nombre y sólo se dirige a mí para sacarme pasta. La ilusión de mi vida, sentenciarán.

 

En un tonto programa de estos que suelen invadirte cuando desayunamos los que, por razones de trabajo, trasnochamos, he estado comprobando cómo el despropósito y la humillación generalizada se está adueñando de nuestras vidas poco a poco. Se supone que la matrona del programa le hacía una entrevista seria a un hombre vulgar que tuvo la mala elección en los noventa de la indigna profesión de la educación. No sé si él se dedicaba a adoctrinar a los mocosos integrantes de la ESO – una de las peores lacras sociales de los ultimos cuarenta años. Por lo que decía imagino que sí.

 

Ahí he descubierto todo un catálogo de ignominias que un menor puede hacer sin que sea castigado por ello. Se escudan en que, judicialmente, no se puede hacer nada. Judicialmente. Estamos alcanzando ya la recta final del acabóse. Por lo visto, ahora los niños tienen el beneplácito de la justicia a la hora de hacer polladas y salvajadas, propias de una mente del Tercer Reich, no sabemos por qué. En una parte descaradamente desproporcionada de esto que llamamos paraíso terrenal, los niños sufren vejaciones continuadas y prolongadas que nos harían llorar de vergüenza a cada momento si no fuera por ese bendito invento que es el mando a distancia. ¿Quién dice que en esos lugares hay un juez para cada niño supervisando su bienestar ? ¿Dónde están los pedagogos entonces, adoctrinando a los padres para que no vendan a sus hijos, para que no los exploten en trabajos de una catadura moral reprochable ?

 

Sin embargo, por aquí, por este privilegio vital al que llamamos Occidente, en cualquier programa los encauzamos para poder crear monstruos. Dinamitamos su voluntad y su razón para que en vez de que vivan una infancia normal puedan convertirse en armas andantes, provocadoras de pánico entre los suyos. Les enseñamos lo divertido que es filmar las novatadas en el móvil de ultima generación que les compramos; lo útil que es el chat para que hablen con morbosos a cambio de una futil promesa de unos pocos euros para recargar su móvil ; que la vida cada día se parece más al campo de batalla de sus mejores videojuegos. Y les damos el poder y les mostramos que no tienen de qué preocuparse, porque son niños, menores ante la ley y que son invulnerables, poderosos, que, como a la mafia, ningún juez podrá amonestarles y que muy grande debe de ser la travesura para que con la llegada de la mayoría de edad no llegue también la libertad. Y luego nos echamos las manos a la cabeza, sacamos a un pobre desgraciado profesor con el brazo en cabestrillo y le obligamos a asegurar que no se puede hacer nada, que hay que quedarse con las brazos curzados porque eso de amonestar, no digamos ya pegar un cachete, a un niño es pecado mortal y se paga con algo más que un par de avemarías.

 

La finalidad de toda esta demencia social, realmente la desconozco, y me sobrepasa. Si eso que llamamos derechos del niño se convierte en darles carta abierta para que manipulen a su antojo con la crueldad exagerada propia de su edad, creo que es hora de reconocer que el ser humano ha fracasado socialmente. Al menos, creo que es el tiempo de quemar la vergonzosa bandera llamada ESO (o cualquier otro palabro del sistema educacional) que muchos ondean.

 

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