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RUA DOS ANJOS PRETOS

OH, EL TURISMO

OH, EL TURISMO

Te levantas temprano, tomas a tus hijos, los metes en el coche, les dejas unos minutos eligiendo chucherías en la gasolinera mientras recargas combustible a 1,57 el litro, los obligas a escuchar tu música durante un par de cientos de kilómetros, abandonas el coche en el parking por 4 euros, andas unos mil metros al menos para entrar al lugar que fue declarado en 1979 Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, les compras a todos unas coca-colas a 2 euros porque ya están cansados, pagas 0,40 euros para que entren al aseo, subes todo el montículo dándote de codazos y volviéndote loco porque los chiquillos no paran un momento hasta llegar a la ventanilla donde se venden las entradas para entrar a la abadía, lugar en el que hace diez siglos comenzó a gestarse todo.

Uf, ha merecido la pena. Pero no, porque ves el precio de la entrada (8,50 euros) y una estúpida vocecita en tu interior comienza a hacer de Iago y a infundirte la idea de que aquel precio es un abuso intolerable y un gasto demasiado excesivo para tu resentida economía familiar. Menos mal que tu mujer es de la misma opinión y tus hijos a esas alturas (doblemente alturas) pasan de las piedras como de Sinatra. Te das la vuelta e inicias el descenso hasta la crepería donde vas a dejarte otros 50 euros. Pero no puedes evitar escuchar en tu cabeza como el resto de la fila te va diciendo Con ! Con ! a tu paso. Sin embargo, de alguna forma, no dejas de ser turísticamente feliz.

 

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