EL NUMERO 32
Lo lamento, pero he desistido de comprender el mundo, de darle forma a las ideas de los demás en mi cabeza. Cierro la puerta a entender lo que nadie se va a preocupar en entender. Nos gusta decir que todo fue un accidente, cuando el accidente somos, en muchas ocasiones, nosotros mismos.
Y así, darle explicación a los 32 muertos de la Universidad de Virginia no va a ir conmigo. Se buscarán implicados, culpables, más de un contertuliano ilustrado ejemplificará con teorías sociales abominables y de mal gusto, se recordarán viejas heridas que a nadie le van a cicatrizar en la vida. Saldrán muertos de sus lápidas a exigir su parte y vete a saber qué más cosas.
Se pedirán castigos ejemplares. Y puede que hasta los haya. Ya las últimas investigaciones apuntan a un surcoreano.
Pero nada sacaremos en claro de todo esto. Se irán acallando paulatinamente los ecos, la vida volverá a su cauce y nos sentaremos a esperar, arropados bajo las faldas de la mesa camilla a la siguiente matanza para ver si podemos gritar más alto contra nuestro descontento.
Hay, sin embargo, dos datos desconcertantes para mí en todo lo que he leído sobre el asunto:
a) Que se la denomine “la peor matanza” en una Universidad estadounidense. No es la peor de todas, sino la peor dentro del mundo de las matanzas universitarias.
b) El arma fue comprada en una armería a escasos minutos a pie de la Universidad.
No, no, no. Discúlpenme, que tienen razón: dije que no iba a preocuparme por entender nada.
1 comentario
Lèzard -
Ahora habrá debates y debates sobre las armas, sobre la violencia, sobre ese absurdo país.
Iremos de nuevo los europeos a dar lecciones de algo.
Es preferible la incomprensión. Siempre es preferible el silencio.