LA LLUVIA DE SARAH, EL DOLOR DE DOBAI
Sarah Dobai llegó a mí el verano de Salamanca, cuando yo poseía aún ilusiones por ser profesor y malvivía con las migajas que una academia con un lema bastante obsceno y oscuro me aportaba después de horas de esfuerzo continuado.
En nuestro tiempo libre, íbamos a exposiciones y tropezábamos con gente maravillosa como Sarah Dobai. Me impactó tanto su visión de la realidad como la fuerza con la que consigue expresarlo, a través de los objetos más cotidianos que puedas imaginarte o del minimalismo más absoluto (una cama y un cuerpo ; una mujer y dos sillas ; dos cuerpos, un canapé, una toalla y un radiador). La fotografía del dolor, podría decirse, que después he descubierto también en gente como Elina BROTHERUS o Joel-Peter WITKIN . No estoy hablando de la desilusión, que tan bien reflejan Sebastiao SALGADO o el escepticismo de los personajes de Luis BAYLON . Hablo del dolor. De esa sucia mueca, arrugada y vieja, que a todos se nos escapa cuando tenemos frágil el ánimo y alguien se empeña en fotografiarnos y nos pide una sonrisa. Y eso impresiona, sobre todo cuando estás rodeado de jóvenes alumnos llenos de vida y de ilusiones aún no truncadas.
Hoy, gracias a Alberto, he podido volver a ese placer que supone la realidad de Dobai. Hubo una época que me dediqué a recopilar fotos de ella por internet y que quedaron en las infinitas y recónditas alacenas de mi antiguo ordenador, fallecido por agotamiento y olvidado en la casa de mis padres, como uno deja en los antiguos cajones los relojes que dejaron de marcar un tiempo que siempre fue pasado y que ya nunca ha de pertenecernos. Marcadas por una atmósfera que siempre se queda en suspenso, que anuncian algo que sólo podemos intuir, como la sonrisa de la pelirroja al volante de su viejo coche, que nunca sabremos por qué ríe, y que no nos importa para disfrutar de la imagen.
Todo eso he recuperado hoy. Algunos dirán que eso no es mucho. Otros, curiosos, irán a google a visitar ciertas fotos y revisar mis anodinas teorías. Y quedarán decepcionados. Repetirán que no es mucho. Pero, para un pobre escéptico de mi talla, es demasiado. Como un rayo de sol en enero derritiendo la nieve que quedó posada en una hoja de ciprés. Como el descubrimiento de una foto de colegio en un libro que alguien nos devolvió y que ya no esperábamos que regresara.
Todo eso he recuperado hoy.
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