De vez en cuando va el egoísmo y se te sube, de repente, a unas cotas insuperables e insufribles y te rompe las estadísticas y te amarga un tantito.Veces en las que piensas cosas odiosas como por qué yo no tengo el coche que conduce ese gilipollas o por qué no puedo ser el presentador tontolhaba que se traen los del Canal Viajar para hacer su programa de Viajes de Lujo (subtitulado también: Cosas que un piltrafilla como tú no puede agenciarse).Y, sobre todo, la fundamental: ¿por qué ese mierda anda con una tía tan estupenda o por qué a la que deseé tanto en una vida anterior se conforma con un capullo como el que acaba de presentarme? O también: ¿por qué Beyoncé me pilla tan lejos, prácticamente desaparecida hasta con el Google Earth? Luego te relajas y te dices que cómo es posible que So esté con un idiota como tú, lleno de imperfecciones. Y sabes que estás deseando que regrese del trabajo para verte amado, importante, especial. Y con eso basta para repetirte una vez más lo tonto que eres y sentarte delante de la puerta de entrada a tu casa, a esperar que ella entre, que suenen sus tacones; y para decirte: por ahí llega la que me resucita día a día de esta desidia universal y agosteña.
De vez en cuando va el egoísmo y se te sube, de repente, a unas cotas insuperables e insufribles y te rompe las estadísticas y te amarga un tantito.Veces en las que piensas cosas odiosas como por qué yo no tengo el coche que conduce ese gilipollas o por qué no puedo ser el presentador tontolhaba que se traen los del Canal Viajar para hacer su programa de Viajes de Lujo (subtitulado también: Cosas que un piltrafilla como tú no puede agenciarse).Y, sobre todo, la fundamental: ¿por qué ese mierda anda con una tía tan estupenda o por qué a la que deseé tanto en una vida anterior se conforma con un capullo como el que acaba de presentarme? O también: ¿por qué Beyoncé me pilla tan lejos, prácticamente desaparecida hasta con el Google Earth? Luego te relajas y te dices que cómo es posible que So esté con un idiota como tú, lleno de imperfecciones. Y sabes que estás deseando que regrese del trabajo para verte amado, importante, especial. Y con eso basta para repetirte una vez más lo tonto que eres y sentarte delante de la puerta de entrada a tu casa, a esperar que ella entre, que suenen sus tacones; y para decirte: por ahí llega la que me resucita día a día de esta desidia universal y agosteña.
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